martes, 18 de octubre de 2016

RESEÑA: MULTIAVENTURA #02 - LOS CABALLEROS DE LA GALAXIA.

TÍTULO: LOS CABALLEROS DE LA GALAXIA.

FICHA TÉCNICA.


Director de la colección: Antonio M. Ferrer Abelló
Director de producción: Vicente Robles
Textos: Carlos Sáiz Cidoncha
Ilustraciones: Alfonso Azpiri
Diseño: Bravo/Lofish
Maquetación: Carlos González-Amezúa

BREVE RESEÑA.

Eres un Caballero de la Galaxia y te enorgulleces de ello.

Marchas ahora por los pasillos del castillo milenario de Thanaberán. El Gran Maestre te ha llamado para tu primera misión.

Cuando te enteras de qué se trata, sientes como si un trozo de hielo se deslizase a lo largo de tu espina dorsal: todo el Universo se halla en peligro y se espera que tú lo salves.

¿Podrás aceptar tal responsabilidad? ¿Sabrás hacer frente a los enormes peligros que te acechan a partir de este momento?

SOLUCIONARIO.



viernes, 16 de septiembre de 2016

FANTASMAS

Habían pasado dos semanas desde que cumpliera los ocho años, y el pequeño Pedrito aún seguía teniendo pánico de los fantasmas a pesar de no haber visto nunca uno. Era algo que ni sabía ni podía evitar. Esa noche, como tantas otras, cerró la ventana por dentro y bajó la persiana hasta abajo del todo. Cerró la puerta con llave. Sentado en su cama, apagó la luz de la lámpara de su mesita de noche y se cubrió la cabeza por completo con la sábana. En ese preciso momento pudo escuchar con total claridad una voz de niña que susurraba: “Por fin estamos seguros los dos aquí”

jueves, 14 de julio de 2016

RESEÑA: COLECCIÓN MULTIAVENTURA. EDITORIAL INGELEK


Multiaventura fue una serie de libros para jóvenes que tenían la particularidad de interactuar con el lector exigiendo que éste tuviera que decidir que camino seguir, por lo que se saltaba de una página a otra.

La colección, compuesta por 20 tomos, fue editada en el año 1986 por la desaparecida editorial Ingelek S.A.

El director de la colección fue Antonio Ferrer Abelló, el director de producción Vicente Robles, el diseño corrió a cargo de Bravo/Lofish, la maquetación era de Carlos González Amezúa, fotocomposición estuvo a cargo de Vierna S.A. y la fotomecánica de Ochoa. La impresión de los libros se delegó a Gráficas Reunidas S.A.

Los libros fueron escritos e ilustrados por diferentes autores.

Los 20 tomos que compusieron la colección fueron:


01- NUEVO VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Alfonso Azpiri
02- LOS CABALLEROS DE LA GALAXIA - Autor: Carlos Sáiz Cidoncha. Ilustración: Alfonso Azpiri
03- EL CASO BRACKENSTALL - Autor: Pablo Barrena. Ilustración: Justo Jimeno
04- LOS VIAJEROS DEL TIEMPO - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Antonio Perera
05- TU NOMBRE ES ROBINSON - Autor: Miguel González Casquell. Ilustración: Antonio Perera
06- AVENTURAS EN EL MISSISSIPPI - 1986 - Autores: José Ramón Azpiri y José María Méndez - Ilustración: Alfonso Azpiri
07- EL MUNDO PERDIDO DEL PROFESOR CHALLENGER - Autores: José Ramón Azpiri y José María Méndez. Ilustración: Antonio Perera
08- EL SECRETO DE LA ISLA MISTERIOSA - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Justo Jimeno
09- EL SABUESO DEL INFIERNO - Autor: Pablo Barrena. Ilustración: Justo Jimeno
10- SOY INVISIBLE - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Antonio Perera
11- EL INVITADO DE DRACULA - Autor: José Ramón Azpiri. Ilustración: Alfonso Azpiri
12- EN LA CORTE DEL REY ARTURO - Autor: José Antonio Azcano. Ilustración: Justo Jimeno
13- CAPITÁN DE NAVE ESTELAR - Autores: Carlos Sáiz Cidoncha y Antonio Ferrer Abelló. Ilustración: Alfonso Azpiri
14- LOS PIRATAS DE MALASIA - Autor: Miguel González Casquell. Ilustración: Rodrigo Hernandez
15- EL CASTILLO DE HANGYORD - Autor: Carlos Sáiz Cidoncha. Ilustración: Alfonso Azpiri
16- VIAJE A OTRAS DIMENSIONES - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Antonio Perera
17- FANTASMAS S.A. - Autores: José M. Méndez y José Ramón Azpiri. Ilustración: Rodrigo Hernández
18- EN BUSCA DE LA CIUDAD DE ORO - Autor: Miguel González Casquell - Ilustración: Justo jimeno
19- VIAJES EN UN OVNI - Autor: Pedro Montero. Ilustración: Antonio Perera
20- EL OJO DE KHORIAND'R - Autores: José M. Méndez y José Ramón Azpiri. Ilustración: Alfonso Azpiri

lunes, 4 de julio de 2016

LA TORRE. CAPÍTULO III

En la lejanía no se divisaba rastros de más jinetes. <Al menos se trata de un único jinete>. En el patio se encontraba un jinete cubierto de los pies a la cabeza por una túnica color azul oscuro y un turbante del mismo color. En su mano derecha agarraba un látigo enrollado. Delante de la montura avanzaba, de manera cansina, un hombre con el torso desnudo cuyas manos se encontraban atadas con una larga cuerda a la silla de montar del jinete. <Mal asunto. Un esclavista no es frecuente que ande sólo de aquí para allá. Tal vez la tormenta de arena de unos días atrás lo haya separado del resto de la caravana en la que viajaba>. Walder estaba absorto en estos pensamientos cuando dejó caer algunas piedras de la ventana. <Maldición>.

- ¿Quién anda ahí? – gritó el esclavista mientras controlaba su montura que se había asustado por el ruido inesperado producido por las piedras caídas desde la planta superior de la torre al chocar contra el suelo del patio. – Muéstrate.

Ya que había sido descubierto era absurdo permanecer escondido. Debía jugar sus cartas con cautela si no quería verse como el hombre que acompañaba al jinete. Walder sabía que se enfrentaba a un único adversario pero, por el contrario, él desconocía cuantos estaban escondidos en la torre.

Walder salió al patio y se mantuvo a una distancia prudente del jinete. No quería ponerse al alcance del látigo. Ya había probado una vez el beso de uno de esos y todavía tenía grabado en su memoria como ardía la piel donde había impactado.

- ¿Quién eres? ¿Hacia dónde te diriges? – preguntó de manera directa y seca desde la seguridad que le ofrecía su posición elevada en lo alto de su montura.

- Soy Walder y me dirijo a Puerto Blanco – respondió mientras mantenía sus manos sobre la empuñadura de su espada.

- No es tierra para viajar sólo. Es una temeridad.

- No viajo solo – mintió Walder. – El resto de mi grupo está a una jornada de viaje de aquí. Yo me he adelantado para inspeccionar la torre.

En ese momento el prisionero que se había ido colocando detrás del jinete aprovechando la distracción del mismo, se abalanzó sobre éste y lo arrojó al suelo desde su montura. El esclavista se revolvió en el suelo y desplegó el látigo mientras lo descargaba con furia sobre su atacante que recibió la descarga en pleno rostro. Walder tenía una oportunidad que no podía dejar escapar. Sacó la daga de la funda que colgaba en sus riñones y se lanzó rápidamente sobre el hombre armado, rodeándole el cuello con su brazo izquierdo y asestándole, con furia, varias puñaladas por la espalda. El enemigo se desplomó sin vida sobre el suelo del patio. Walder se quedó contemplando el cuerpo sin vida mientras pensaba que no era la forma más honrosa de derrotar a un adversario, pero cuando la supervivencia está en juego la honra debe quedarse a un lado.

Un fuerte golpe en la cabeza, seguido de otro de la misma intensidad contra el suelo del patio hizo que todo cuanto le rodeaba se volviera oscuridad y silencio.

Cuando recobró la consciencia lo primero que observó fue una luna que brillaba en lo más alto del cielo. Sentía un dolor terrible en la nuca. Intentó llevarse las manos a la cabeza pero las tenía atadas. Con un gran esfuerzo consiguió sentarse sobre el suelo.

- Al fin te despiertas amigo – sonó una voz a su espalda. - ¡Vamos! ¡Ya es hora de ponernos en camino!

            Walder se quedó mirando cómo la túnica azul marino de su captor se movía con la suave brisa de la noche mientras se montaba en el caballo. Cuando sus miradas se cruzaron se quedó petrificado al ver el latigazo que le surcaba, de lado a lado, el rostro.

- No te lo tomes a mal. Te agradezco que me hayas salvado, pero me darán un buen dinero por ti en Puerto Blanco. Todos tenemos que sobrevivir, ¿no?

lunes, 13 de junio de 2016

EL CAZADOR DE VAMPIROS

La luna llena había alcanzado su punto más alto cuando Jacob divisó a su mentor, parcialmente oculto entre las sobras,  junto al viejo muro de piedra del camposanto. Preocupado corrió hacia él, atravesando la solitaria calle adoquinada, lo más rápido que le permitieron sus piernas e intentando hacer el menor ruido posible. No había tenido noticia alguna de su paradero desde hacía casi una semana y la nota que recibió en la recepción del hostal en el que se encontraban alojados desde que llegaron a la ciudad, citándolo urgentemente allí, lo intranquilizó más aún. Si le había dejado una nota en lugar de personarse el mismo debía estar ocurriendo algo importante y grave también.

El profesor no tenía buen aspecto. A pesar de lucir su característico sombrero de copa negro, no podía ocultar la palidez de su rostro ni las ojeras que casi escondían, por completo, unos ojos rojizos y visiblemente cansados. Además, a pesar de tener puesto su largo abrigo negro no podía disimular una leve cojera de su pierna derecha y la mancha de sangre seca que había recorrido la misma hasta la pantorrilla.

- “Maestro. ¿Dónde habéis estado? ¿Os encontráis bien? No tenéis buen aspecto. Estaba preocupado por vuestro paradero” -. Dijo mientras dejaba en el suelo una bolsa de mano de cuero negro.
- “Responderé a tus preguntas en otro momento“-. Le interrumpió el profesor Schwank, afamado estudioso del mundo paranormal e incansable cazador de vampiros-. “No tenemos tiempo que perder o volverá a escaparse de nuevo. Entremos sin mayor demora”
- “¿Vamos a entrar ahora al camposanto? ¿En mitad de la noche? “                
- “Mañana puede que ya no se encuentre aquí”
- “Pero… es una temeridad maestro. Siempre les hemos dado caza con la luz del día. Cuando son más vulnerables. En plena noche…”
- “No tenemos nada más que discutir, Jacob”-. Concluyó la discusión el profesor de manera brusca-. “La llegada del amanecer avanza y debemos actuar con diligencia” -. Apremió el profesor a su discípulo.

Jacob se apoyó contra el muro y entrelazó sus dos manos para auparle a lo alto. Sentado a horcajadas en la parte superior del mismo, el profesor agarró la bolsa de cuero que su aprendiz le había acercado y la dejó caer dentro del camposanto. Después le tendió la mano para que subiera él también. Desde lo alto del muro el joven lanzó una furtiva mirada hacia atrás y observó unas figuras que se movían silenciosas en la esquina más alejada de la calle. Dos, tres tal vez. Cuando volvió la vista ya el profesor había bajado el muro y se encaminaba cojeando hacia el interior del recinto.

El camposanto se encontraba envuelto en el más absoluto e inquietante de los silencios, lo que no tranquilizaba lo más mínimo al joven Jacob. De manera casi inconsciente llevó su mano izquierda hasta el crucifijo de plata que llevaba colgado al cuello como si el notar su simple presencia le transmitiera una tranquilidad y seguridad que en ese momento preciso no tenía. Iluminados por la luz de la luna llena, avanzaron con paso vivo entre blanquecinas lápidas y tristes cipreses adentrándose cada vez más en el fantasmagórico lugar hasta alcanzar un panteón grande, viejo y de mármol negro que se encontraba flanqueado por dos cipreses altos y secos. Por su aspecto debió haber sido edificado hace mucho tiempo. Más tiempo que las lápidas que lo rodeaban.

- “Este es el lugar, Jacob” -. Dijo mientras señalaba la puerta de madera de roble que tenían justo enfrente.

Jacob dejó la bolsa en el suelo, la abrió y sacó de la misma una pequeña palanca de hierro y se acercó hasta la puerta de manera titubeante.

- “¿Está seguro de querer entrar en plena noche, maestro?” -. Dijo mientras introducía la palanca junto a la cerradura. – “Con total seguridad no se encuentre dentro. Tal vez sería mejor que lo esperemos aquí fuera a que vuelva y lo sorprendamos.”
- “Ya lo hemos discutido hace unos momentos. ¡Ábrela ahora mismo!”

Jacob hizo presión apoyando todo el peso de su cuerpo sobre la palanca y con un chasquido seco la cerradura cedió y cayó al suelo de tierra. La puerta se abrió con suavidad a pesar de ser bastante robusta, dejando a la vista los primeros escalones de una desgastada escalera de pierda que se adentraba en la tierra y que daban la sensación de ser muchísimo más antiguas que el propio panteón bajo las que se encontraban.

- “¡Bajemos!” -. Ordenó el profesor Schwank mientras ponía el pie en el primer escalón de la escalera para comenzar el descenso.
- “Aguarde un instante profesor” -. Le detuvo mientras rebuscaba en la bolsa una estaca de madera y un tarro de agua bendita que vació sobre la punta de la misma.

Jacob miró de soslayo hacia atrás y observó  algunas siluetas negras que se ocultaban entre las lápidas sin hacer el más mínimo ruido. Cogió una lámpara de aceite que llevaba dentro de la bolsa y la encendió. Se la colgó del hombro y, con la estaca en una mano y la lámpara en la otra, comenzó a descender con cuidado por la escalera de piedra gris en pos de su maestro.

La escalera descendía en línea recta pero dentro del túnel estaba tan oscuro que la lámpara no iluminaba más allá de unos cuantos metros. El aire en el interior era denso y olía a rancio. A cada paso que bajaban se hacía más difícil respirar. Después de un descenso que a Jacob se le antojó eterno alcanzaron el corazón de la cripta. El suelo de la sala era de tierra prensada. Jacob levantó el brazo para aumentar el radio de iluminación de su lámpara y giró sobre sí mismo. Las paredes estaban cubiertas de nichos, pero el que atrajo la atención del joven fue el que descansaba en el centro: un ataúd de piedra majestuosamente tallado.

- “¡Vamos! Suelta las cosas que llevas y ayúdame a levantar la tapa” -. Dijo el profesor mientras se encaminaba hacia el ataúd.
- “Lo siento mucho profesor pero no pienso soltar mi arma.”
- “Cómo te atreves a llevarme la contraria maldito seas.”
- “Lo siento mucho… de verás. He aprendido mucho de usted, pero creo que nuestros caminos se separan aquí para siempre -. Dijo Jacob mirando a su maestro con todo el dolor de su corazón. – “Es mi obligación enviarte al mundo de los muertos para que encuentres la paz.”
- “¿Cómo los has sabido mi querido pupilo?” -. Preguntó el profesor Schwank mientras dejaba al descubierto dos largos y afilados colmillos que se relamía pausadamente.
- “Son muchas las señales maestro. Y muchas las aprendí junto a usted.”
- “Veo que te he enseñado bien. Juntos haremos grandes cosas.”

De los nichos cercanos empezaron a llegar ruidos y gritos espeluznantes. Pronto emergieron tres jóvenes vampiros ansiosos de sangre, que enseñaban sus dientes con furia.

-“Te presento a mis tres nuevos aprendices, Jacob. ¡Tus próximos compañeros!” -. Le dijo mientras los señalaba con la mano derecha y rompía a reír con una carcajada gélida -. “Pero antes de convertirte tengo una pregunta que hacerte querido. Si sabías que era un vampiro cómo fuiste tan osado de venir aquí conmigo. ¿Realmente pensaste que eras tan poderoso como para acabar conmigo tú solo?”
- “Vos mismo os habéis respondido maestro. No he venido solo.”

En ese mismo instante irrumpieron en la cripta cuatro hombres vestidos de negro y con sus rostros cubiertos. Portaban antorchas y armas en las manos. Se lanzaron con furia contra los  tres vampiros que se vieron sorprendidos por la rapidez de la acometida. El profesor llevado por la ira mostró nuevamente sus colmillos y, con un aullido agudo, se abalanzó sobre Jacob con todas sus fuerzas. A pesar de ser más ágil y rápido ahora, aún llevaba poco tiempo en su nuevo estado de vampiro y el joven pudo esquivar la embestida de su antiguo maestro mientras le clavaba sin vacilar la estaca en pleno corazón. Sus miradas se cruzaron por última vez y con un agónico y largo grito se convirtió en polvo.

Después de unos momentos frenéticos y de desconcierto, la calma llegó otra vez a la cripta. Cuatro vampiros habían sido exterminados y cuatro hombres destruían, con el mismo número de mazas, el ataúd de piedra que se erigía en el centro de la misma. En una zona apartada de la sala, hincándose de rodillas, Jacob alzaba una plegaria por el alma del que fuera su maestro, mientras dejaba escapar unas lágrimas.

lunes, 25 de abril de 2016

LA TORRE. CAPÍTULO II

La planta baja de la torre estaba llena de escombros y algunas vigas podridas que habían caído del piso superior. Al fondo de la habitación se encontraba una escalera de madera y piedra que ascendía en espiral hasta el piso superior. La escalera crujió bajo los pies de Walder. Estaba muy deteriorada por el paso del tiempo pero, a pesar de todo, la estructura principal se encontraba en aceptables condiciones y aguantó el peso, mientras subía, sin problemas. Ya en el piso superior, los primeros rayos de sol entraban desde la ventana orientada hacia el este y se reflejaban en la pared opuesta. Desde allí arriba tenía una posición muy ventajosa y una buena vista del terreno que le rodeaba. Un ruido a su espalda hizo que dirigiera su mano de manera instintiva a la empuñadura de su espada mientras se giraba con rapidez. Nada. No había nada detrás de él. Otra vez volvió a escuchar el ruido y dirigió su vista hacia las vigas del techo esta vez. Allí arriba, los ojos amarillentos de una lechuza lo observaban con detenimiento y curiosidad desde su nido. <Comida> -pensó Walder. Al momento se agachó lentamente sin perder de vista al ave, mientras tanteaba el suelo con su mano derecha buscando una piedra. Agarró una y empezó a levantarse. El animal lo miró curioso desde su nido, batió las alas y emprendió el vuelo en dirección a la ventana. Arrojó la piedra contra la lechuza con todas sus fuerzas. Pasó cerca, apenas a un palmo del animal, pero se estrelló contra la pared. La lechuza batió las alas con más fuerza y salió por la ventana. Walder observó con tristeza como su comida se perdía, poco a poco, en el cielo del amanecer.

Centró su atención en el nido, tal vez hubiese algún huevo. Estaba bastante alto pero estaba decidido a llegar hasta él como fuese. Cogió la bolsa de cuero que llevaba colgada a la espalda y la puso en el suelo, se agachó sobre ella y extrajo la cuerda de su interior. La lanzó hacia arriba repetidas veces hasta que consiguió hacerla pasar por encima de la viga. Agarró ambos extremos y los unió mediante un nudo. Tiró varias veces con fuerza para asegurarse de la resistencia de la viga y, una vez comprobado que aguantaría su peso, comenzó a trepar a pulso. Alcanzó con relativa facilidad el techo, no era la primera vez que subía por una cuerda sólo con la ayuda de sus brazos, y tanteo con su mano izquierda el interior del nido. Había tres huevos. Los cogió de uno en uno y se los fue introduciendo en la manga derecha de la camisa, para evitar que se le cayeran al bajar. Una vez en el suelo, extrajo los huevos del interior de la manga y los dejó junto a la bolsa mientras deshacía el nudo de la cuerda y la enrollaba para guardarla de nuevo. Dirigió sus pasos hasta el árbol seco que crecía junto al pozo y, con unas pocas ramitas que rompió del mismo, encendió una pequeña hoguera en el piso superior de la torre para cocinar los huevos. Uno de los huevos tenía ya su pequeña lechuza dentro, así que, después de cortarle el pico y las dos patas, la majó con uno de los dientes de ajo que llevaba en la bolsa <Parece que al final sí voy a comer algo de carne>

Después de comer apagó la pequeña hoguera. Limpió el cuenco de hierro en el que había cocinado y comido y lo guardo de nuevo en la mochila de cuero. Si algo le habían enseñado sus años como soldado era a tener todo ordenado y recogido por si la situación requería desaparecer rápido y sin dejar muchos rastros de su paso por el lugar. El sol ya estaba alto y la temperatura estaba subiendo de manera considerable, así que, se refugió entre las sombras del primer piso, donde el calor era menor, y se dispuso a descansar un rato. Le quedaban unas duras jornadas de viaje todavía hasta conseguir salir de aquella zona desértica y era conveniente tener las fuerzas intactas.

El sueño le venció y cuando vino a despertarse, el sol ya estaba casi desapareciendo por las bajas colinas del oeste. Tenía que apresurarse para no perder tiempo en iniciar la marcha y aprovechar así las horas de temperatura más baja. Cogió la mochila pero, cuando se encaminaba hacia la escalera para bajar y llenar de agua su viejo odre en el pozo, escuchó un relincho y los cascos de un caballo que entraba en el patio con paso lento y cansado. Volvió rápidamente sobre sus pasos y se agazapó junto a la ventana para ver de quién se trataba. Hasta no asegurarse de cuantos eran y de sus intenciones era mejor no revelar su presencia en la torre.

sábado, 16 de abril de 2016

EL PEQUEÑO ESCLAVO

Portada del libro
Trabajaba de sol a sol sólo por una cama, si es que podía llamarse de esa manera, caliente y un plato de algo parecido a lo que se conoce por comida. Las jornadas de trabajo eran interminables, un auténtico suplicio y su situación llegaba ya al límite. Si no conseguía marcharse pronto de allí su supervivencia tocaría a su fin. Tenía que escapar, de la forma que fuera, porque no aguantaría otra campaña más. Así, una noche, se escondió en una de las cajas y pidió a uno de sus compañeros que lo envolviera como un regalo y lo mandase lejos de aquel maldito lugar. Papá Noel descubrió el escondrijo del pequeño duende. Como castigo fue relegado del área de envoltura de regalos y lo mandó con el equipo de limpieza al establo de los renos.

martes, 12 de abril de 2016

RESEÑA: EL CABALLERO DE LOS SIETE REINOS

Portada del libro.
El caballero de los siete reinos es una novela escrita por George R. R. Martin constituida por tres relatos de corta extensión (El caballero errante, La espada leal y El caballero misterioso) que gira en torno a las andanzas de un caballero de más de dos metros de altura conocido por Dunk, o Sir Duncan y su escudero apodado Egg. Es un libro de una extensión corta (280 páginas) que se hace cómodo de leer. Ideal para los ratos libres que se tienen a lo largo del día o parar leer durante las vacaciones.

El primero de los tres relatos, El caballero errante, es una historia de caballería simple, bastante predecible desde el principio, que se desarrolla alrededor de 100 años antes de que tengan lugar los acontecimientos que se narran en el primer libro de la saga Canción de hielo y fuego. Aquí, nos cuenta como Dunk es armado caballero y todo lo que sucede en una justa de caballería en la que decide tomar partido.

El segundo relato que encontramos dentro del libro, llamado La espada leal, es ya algo más complejo y se centra en las disputas territoriales entre dos señoríos feudales (uno de ellos en decadencia y otro en ascenso) por el control de unos recursos naturales cercanos sobre los que ambos argumentan su legitimidad.

El tercer relato, El caballero misterioso, es la más interesante, al menos bajo mi punto de vista. En el se mezclan las justas de caballeros, una boda entre dos familias poderosas y las intrigas palaciegas. Vemos también un poco como siguen frescas las cicatrices que se produjeron durante la guerra civil que hubo entre los miembros de la casa Targaryen y la posibilidad que se produzcan nuevos alzamientos.

jueves, 31 de marzo de 2016

LA BRUJA DEL ESTE

La Bruja del Norte observaba impotente con tristeza como el que otrora vez fuera el alegre pueblo de los pequeños Munchkins, era obligado a trabajar día y noche en las minas y los campos para satisfacer los deseos caprichosos y las ansias de riqueza de la Bruja del Este.

Todos los héroes y grandes magos del Reino de Oz habían intentado derrotar a la malvada y poderosa bruja pero todos habían fracasado en el intento. Nadie había sido capaz de acabar con ella. Tampoco nadie había podido burlar su control y escapar. Los pequeños enanos, de puntiagudos gorros azules y grandes barbas y bigotes, habían perdido toda esperanza de recuperar su libertad.

Sólo podían esperar que ocurriera un milagro, como que una casa le cayera encima, pero eso era completamente imposible… o tal vez no.

miércoles, 30 de marzo de 2016

HIJOS DE LA GUERRA

Cuando el sol comenzó a asomarse, el humo negro y la sangre roja lo envolvían todo alrededor. Los árboles del lugar, los pocos que aún conseguían mantenerse en pie, habían perdido todo rastro de follaje a causa de las ondas expansivas de las terribles y continuas explosiones que se habían sucedido a lo largo de toda la noche.

Después de sonar con estruendo el último cañonazo, multitud de jóvenes asustados empezaron a correr colina arriba en dirección a la trinchera enemiga. Soldados aferrados con desesperación a unos fusiles que casi no sabían manejar. Disparaban sus armas sin parar, con los ojos cerrados, incapaces con su inexperiencia de mirar de frente a la muerte que les aguardaba en la cima. Nadie les había enseñado a matar, sólo a usar un arma de manera básica.

Los escasos enemigos que quedaban defendiendo las trincheras abandonaron sus posiciones, con la rapidez que le permitían sus piernas temblorosas, en dirección a las pocas casas que aún quedaban en pie entre las ruinas de la devastada ciudad, mientras la multitud que subía la colina no paraba de gritar y disparar.

Los soldados disparaban y mataban. Mataban y disparaban. Las órdenes eran claras: “Matar”. No estaban allí para cuestionar nada. Tan sólo para obedecer.

En poco tiempo no quedaba un solo enemigo en pie. Aparentemente todo había terminado, si bien había algo contra lo que nunca podrían luchar: los ideales. Ellos podrían masacrar cuantas ciudades rebeldes se alzaran contra el opresivo poder del gobierno central pero nunca podrían borrar las ideas de libertad que se habían instaurado, hacía ya tiempo, entre la población y que se extendían como un reguero.

Esta era una lucha perdida desde un principio. Los ideales perdurarán en el tiempo pero los hombres no son eternos.

martes, 29 de marzo de 2016

EL PASO DEL TIEMPO

Finalmente, después de casi un siglo, un valeroso caballero consiguió superar todas las adversidades que se le presentaron y llegar a la torre en la cima del volcán, para liberar a la bella princesa que sería su esposa. Para su sorpresa, lo único que encontró fue un esqueleto vestido con ropajes de sedas blancas desgastados por el tiempo tumbado en una cama carcomida y un basilisco muerto de hambre que debía vigilar a la princesa en su encierro.

jueves, 17 de marzo de 2016

EL HOMBRE DEL SACO

Nicolás, con sus escasos cuatro años y medio, se calzó sus botas de lluvia azul marino y se ató su capa de Superman. Se colocó su casco de montar en bicicleta con ambas manos. Embrazó su escudo y agarró con fuerza su espada de plástico y, sentado en la cama, esperó a que viniera el Hombre del Saco para derrotarlo como los valientes caballeros de los cuentos que le leía su padre. Estaba decidido a vencerle hasta que, finalmente, le venció el sueño.

lunes, 14 de marzo de 2016

LA TORRE. CAPÍTULO I.


Hacía largo rato que la luna había comenzado a bajar desde su punto más alto. Pronto llegaría un nuevo día y las temperaturas comenzarían a subir. En las áridas tierras al sur del Aguasmansas era más recomendable viajar de noche, al menos en esta época del año, cuando las temperaturas son considerablemente más agradables.

Cerca, coronando una suave pendiente, se encontraba la torre en ruinas que había divisado la tarde anterior. En un primer momento Walder había creído que estaba más cerca, pero le había llevado casi toda la noche llegar hasta ella. Agazapado detrás de uno de los escasos arbustos que crecían en el terreno, observaba pacientemente, atento al más mínimo  movimiento que pudiera producirse en el interior de la misma. El derrumbe de una de las caras de la torre, de planta cuadrada y dos pisos de altura, había arrastrado parte de otra, dejando a la vista buena parte del interior. Desde su posición no observaba luz de ninguna hoguera pero el muro exterior, de tres varas de altura, que rodeaba la torre, no le dejaba ver la planta baja en su totalidad.

No obstante, a pesar de la urgencia por encontrar un refugio en el que descansar, no podía cometer ninguna imprudencia. En esta tierra, ruta frecuente de las caravanas de tratantes de esclavos, un viajero solo y casi desarmado era una presa muy apetecible y valiosa. Cogió una piedra más pequeña que un puño y con un rápido movimiento la lanzo al interior del recinto. El ruido de piedra contra piedra sonó cuatro o cinco veces hasta que el silencio volvió a rodearle. Cualquier montura en el interior del lugar sin lugar a dudas habría reaccionado al ruido pero, para su tranquilidad, no oyó el más mínimo sonido.

Semierguido e intentando camuflarse tras los pocos arbustos presentes, ascendió la pedregosa colina lo más rápido que pudo. Con la espalda apoyada en el muro intento serenar su respiración y recuperar el ritmo cardiaco. Avanzó pegado al muro que rodeaba la torre con pasos sigilosos, atento a las piedras sueltas del suelo para no hacer rodar ninguna y se acercó hasta la brecha que se abría a unos treinta pasos. Una vez alli se tomo unos instantes antes de lanzar un breve vistazo hacia el interior del recinto. No había rastro de nadie dentro del lugar. La parte central del pequeño patio estaba presidida por el brocal de un pozo y un árbol seco y sin hojas que se erguía junto a él. Cruzó los dedos y elevó una plegaria para que, con un poco de suerte, el pozo aún tuviera agua. Llevaba casi un día completo sin beber. A pesar de todo no era momento para ese tipo de comprobaciones. Atravesó el patio de una sola carrera y se dirigió hacia la cara derruida de la torre desde la que estudió con detenimiento el interior de la misma. <Vacía>. No había rastro de haber estado ocupada recientemente.

Una vez terminó de registrar el lugar se dirigió al pozo, ahora ya más tranquilo. Miró a su alrededor pero la cuerda del pozo hacía mucho tiempo que había desaparecido. Walder buscó una piedra pequeña, la arrojo dentro y escuchó. El sonido de la piedra al caer en el agua no tardo en oírse. <Agua. Hay agua>. Era su día de suerte. <Al fin>. Agarró la fina cuerda que llevaba colgada en la parte trasera de su cinturón y la desenrollo dentro del pozo. Cuando la volvió a subir, las últimas nueve cuartas de cuerda estaban mojadas. Walder dejó escapar una carcajada de pura felicidad. Su equipaje era bastante exiguo. Una bolsa de piel curtida para colgarse de la espalda, un cuenco de hierro, la cuerda, una daga y una espada rota cuya hoja se quebró bajo el peso del chacal con el que se enfrentó unas noches atrás. A pesar de todo conservaba envainada la empuñadura cuya cazoleta y grandes gavilanes mostraban los besos de otros aceros y otros días pasados de lucha. Ya tendría tiempo más adelante de buscar un buen herrero y un nuevo filo para la espada. El problema que se le presentaba ahora era sacar el agua del pozo.

Walder se desabrochó el viejo coleto de cuero de búfalo que le cubría el torso y que le había acompañado los últimos diez años de sus casi veintitrés como, escudero primero y espada a sueldo después. A pesar de los múltiples remiendos que presentaba aquí y allá, durante esos diez años le había salvado de más de una cuchillada inoportuna en los costados. Lo colgó cuidadosamente, de manera casi ritual, de una de las ramas bajas del árbol. Después se quitó la camisa y la ató con fuerza a uno de los extremos de la cuerda. La descolgó hasta que llegó al agua, esperó unos instantes a que se empapara y se apresuró a recoger la cuerda. El peso y el ruido del agua que se escurría de la camisa consiguió que se le escapara una sonrisa. <Ya estas aquí> La apretó contra su cara y succionó el agua con avidez. El agua, que se escurría por la barbilla y el cuello, empapaba su pecho desnudo devolviéndole la vida y las energías. Repitió la operación otra vez y otra más, hasta cuatro veces.

            Una vez saciada esta primera necesidad, volvió a ponerse la camisa húmeda y el coleto de cuero rígido encima, y se dirigió hacia el interior de la torre. El peso de la empuñadura de la espada, junto con el de la daga que llevaba atravesada en los riñones, le insuflaba, valor y consuelo frente a la soledad que lo rodeaba. Subiría a la segunda planta y descansaría un buen rato. Con la llegada de la luz podría ver mejor el horizonte y planear la ruta para la siguiente marcha. El puerto de Monte Blanco no podía estar lejos, tres jornadas de viaje, cuatro a lo sumo.

domingo, 13 de marzo de 2016

TEMBLOR

Cuando el temblor terminó por fin, y el polvo se asentó, la débil llama de la antorcha iluminó alrededor mostrando una oscuridad que nunca antes había visto. Esta vez sí se encontraba absolutamente solo.