martes, 27 de octubre de 2020

RESEÑA: CINCO SEMANAS EN GLOBO.

A pesar de no haber recibido tantos reconocimientos como otros libros escritos por Julio Verne como bien pueden ser Viaje al Centro de la Tierra, 20.000 leguas de viaje submarino o La vuelta al mundo en 80 días por citar algunos ejemplos, ésta fue la primera novela de ciencia ficción que recibió un gran apoyo por parte de los lectores.

Una vez terminó el manuscrito lo llevó a varias editoriales que rechazaron el texto hasta que finalmente, la editorial Hetzel se decidió a embarcarse en el proyecto y una vez publicado se convirtió en un éxito rotundo.

La historia comienza hablándonos del Doctor Samuel Fergusson y su descabellada idea de atravesar el continente africano de Este a Oeste sobrevolándolo a bordo de un globo, al que bautizará como "Victoria". Todos los peligros que le plantean las personas a su alrededor  no consiguieron disuadir al doctor de su proyecto que, acompañado de su criado Joe y su amigo Dick Kennedy (a pesar de que ambos intentaron por todos los medios a su alcance que desistiera de su idea) emprenden el viaje.

Las diferentes personalidades de los tres personajes se entremezclan y completan unas con otras a lo largo de toda la obra:

Doctor Samuel Fergusson: un científico que siempre está estudiando que nuevos mundos puede explorar. Tiene una mente inquieta, ávida de conocimientos y deseosa de nuevos descubrimientos y retos. Un típico hombre de ciencias.

Dick Kennedy: es el mejor amigo del Doctor Fergusson, es el típico hombre conservador. Tiene una mentalidad muy cuadriculada, afincada en las ideas del pasado. E intentará persuadir a su amigo de sus descabelladas ideas.

Joe: criado del Doctor carece de opiniones propias. Debido a su trabajo se ve obligado a acompañar a Fergusson en todas sus ideas, descabelladas o no.

Así, los personajes comienza su aventura viviendo numerosas y muy variadas experiencias (enfrentarse a tribus que quieren matarlos, la sed y el hambre, adversidades climatológicas, averías en el globo, etcétera).

Al final de la obra veremos como las personalidades de todos los personajes van cambiando progresivamente, sobre todo las de los dos últimos personajes, y van absorbiendo rasgos de las personalidades de los demás.

Es un libro no demasiado extenso, fácil de leer, muy bien narrado y muy recomendable para pasar un rato muy entretenido.

lunes, 26 de octubre de 2020

La Torre.

Hacía largo rato que la luna había comenzado a bajar desde su punto más alto. Pronto llegaría un nuevo día y las temperaturas comenzarían a subir. En las áridas tierras al sur del Aguasmansas era más recomendable viajar de noche, al menos en esta época del año, cuando las temperaturas son considerablemente más agradables.

Cerca, coronando una suave pendiente, se encontraba la torre en ruinas que había divisado la tarde anterior. En un primer momento Walder había creído que estaba más cerca, pero le había llevado casi toda la noche llegar hasta ella. Agazapado detrás de uno de los escasos arbustos que crecían en el terreno, observaba pacientemente, atento al más mínimo movimiento que pudiera producirse en el interior de la misma. El derrumbe de una de las caras de la torre, de planta cuadrada y dos pisos de altura, había arrastrado parte de otra, dejando a la vista buena parte del interior. Desde su posición no observaba luz de ninguna hoguera pero el muro exterior, de tres varas de altura, que rodeaba la torre, no le dejaba ver la planta baja en su totalidad.

No obstante, a pesar de la urgencia por encontrar un refugio en el que descansar, no podía cometer ninguna imprudencia. En esta tierra, ruta frecuente de las caravanas de tratantes de esclavos, un viajero solo y casi desarmado era una presa muy apetecible y valiosa. Cogió una piedra más pequeña que un puño y con un rápido movimiento la lanzo al interior del recinto. El ruido de piedra contra piedra sonó cuatro o cinco veces hasta que el silencio volvió a rodearle. Cualquier montura en el interior del lugar sin lugar a dudas habría reaccionado al ruido pero, para su tranquilidad, no oyó el más mínimo sonido.

Semierguido e intentando camuflarse tras los pocos arbustos presentes, ascendió la pedregosa colina lo más rápido que pudo. Con la espalda apoyada en el muro intento serenar su respiración y recuperar el ritmo cardiaco. Avanzó pegado al muro que rodeaba la torre con pasos sigilosos, atento a las piedras sueltas del suelo para no hacer rodar ninguna y se acercó hasta la brecha que se abría a unos treinta pasos. Una vez allí se tomó unos instantes antes de lanzar un breve vistazo hacia el interior del recinto. No había rastro de nadie dentro del lugar. La parte central del pequeño patio estaba presidida por el brocal de un pozo y un árbol seco y sin hojas que se erguía junto a él. Cruzó los dedos y elevó una plegaria para que, con un poco de suerte, el pozo aún tuviera agua. Llevaba casi un día completo sin beber. A pesar de todo no era momento para ese tipo de comprobaciones. Atravesó el patio de una sola carrera y se dirigió hacia la cara derruida de la torre desde la que estudió con detenimiento el interior de la misma. <Vacía>. No había rastro de haber estado ocupada recientemente.

Una vez terminó de registrar el lugar se dirigió al pozo, ahora ya más tranquilo. Miró a su alrededor pero la cuerda del pozo hacía mucho tiempo que había desaparecido. Walder buscó una piedra pequeña, la arrojo dentro y escuchó. El sonido de la piedra al caer en el agua no tardo en oírse. <Agua. Hay agua>. Era su día de suerte. <Al fin>. Agarró la fina cuerda que llevaba colgada en la parte trasera de su cinturón y la desenrollo dentro del pozo. Cuando la volvió a subir, las últimas nueve cuartas de cuerda estaban mojadas. Walder dejó escapar una carcajada de pura felicidad. Su equipaje era bastante exiguo. Una bolsa de piel curtida para colgarse de la espalda, un cuenco de hierro, un viejo y gastado odre, la cuerda, una daga y una espada rota cuya hoja se quebró bajo el peso del chacal con el que se enfrentó unas noches atrás. A pesar de todo conservaba envainada la empuñadura cuya cazoleta y grandes gavilanes mostraban los besos de otros aceros y otros días pasados de lucha. Ya tendría tiempo más adelante de buscar un buen herrero y un nuevo filo para la espada. El problema que se le presentaba ahora era sacar el agua del pozo.

Walder se desabrochó el viejo coleto de cuero de búfalo que le cubría el torso y que le había acompañado los últimos diez años de sus casi veintitrés como, escudero primero y espada a sueldo después. A pesar de los múltiples remiendos que presentaba aquí y allá, durante esos diez años le había salvado de más de una cuchillada inoportuna en los costados. Lo colgó cuidadosamente, de manera casi ritual, de una de las ramas bajas del árbol. Después se quitó la camisa y la ató con fuerza a uno de los extremos de la cuerda. La descolgó hasta que llegó al agua, esperó unos instantes a que se empapara y luego se apresuró a recoger la cuerda. El peso y el ruido del agua que se escurría de la camisa consiguieron que se le escapara una sonrisa. <Ya estás aquí> La apretó contra su cara y succionó el agua con avidez. El agua, que se escurría por la barbilla y el cuello, empapaba su pecho desnudo devolviéndole la vida y las energías. Repitió la operación otra vez y otra más, hasta cuatro veces.

Una vez saciada esta primera necesidad, volvió a ponerse la camisa húmeda y el coleto de cuero rígido encima, y se dirigió hacia el interior de la torre. El peso de la empuñadura de la espada, junto con el de la daga que llevaba atravesada en los riñones, le insuflaba, valor y consuelo frente a la soledad que lo rodeaba. Subiría a la segunda planta y descansaría un buen rato. Con la llegada de la luz podría ver mejor el horizonte y planear la ruta para la siguiente marcha. El puerto de Monte Blanco no podía estar lejos, tres jornadas de viaje, cuatro a lo sumo.

La planta baja de la torre estaba llena de escombros y algunas vigas podridas que habían caído del piso superior. Al fondo de la habitación se encontraba una escalera de madera y piedra que ascendía en espiral hasta el piso superior. La escalera crujió bajo los pies de Walder. Estaba muy deteriorada por el paso del tiempo pero, a pesar de todo, la estructura principal se encontraba en aceptables condiciones y aguantó el peso, mientras subía, sin problemas. Ya en el piso superior, los primeros rayos de sol entraban desde la ventana orientada hacia el este y se reflejaban en la pared opuesta. Desde allí arriba tenía una posición muy ventajosa y una buena vista del terreno que le rodeaba. Un ruido a su espalda hizo que dirigiera su mano de manera instintiva a la empuñadura de su espada mientras se giraba con rapidez. Nada. No había nada detrás de él. Otra vez volvió a escuchar el ruido y dirigió su vista hacia las vigas del techo esta vez. Allí arriba, los ojos amarillentos de una lechuza lo observaban con detenimiento y curiosidad desde su nido. <Comida> -pensó Walder. Al momento se agachó lentamente sin perder de vista al ave, mientras tanteaba el suelo con su mano derecha buscando una piedra. Agarró una y empezó a levantarse. El animal lo miró curioso desde su nido, batió las alas y emprendió el vuelo en dirección a la ventana. Arrojó la piedra contra la lechuza con todas sus fuerzas. Pasó cerca, apenas a un palmo del animal, pero se estrelló contra la pared. La lechuza batió las alas con más fuerza y salió por la ventana. Walder observó con tristeza como su comida se perdía, poco a poco, en el cielo del amanecer.

Centró su atención en el nido, tal vez hubiese algún huevo. Estaba bastante alto pero estaba decidido a llegar hasta él como fuese. Cogió la bolsa de cuero que llevaba colgada a la espalda y la puso en el suelo, se agachó sobre ella y extrajo la cuerda de su interior. La lanzó hacia arriba repetidas veces hasta que consiguió hacerla pasar por encima de la viga. Agarró ambos extremos y los unió mediante un nudo. Tiró varias veces con fuerza para asegurarse de la resistencia de la viga y, una vez comprobado que aguantaría su peso, comenzó a trepar a pulso. Alcanzó con relativa facilidad el techo, no era la primera vez que subía por una cuerda sólo con la ayuda de sus brazos, y tanteo con su mano izquierda el interior del nido. Había tres huevos. Los cogió de uno en uno y se los fue introduciendo en la manga derecha de la camisa, para evitar que se le cayeran al bajar. Una vez en el suelo, extrajo los huevos del interior de la manga y los dejó junto a la bolsa mientras deshacía el nudo de la cuerda y la enrollaba para guardarla de nuevo. Dirigió sus pasos hasta el árbol seco que crecía junto al pozo y, con unas pocas ramitas que rompió del mismo, encendió una pequeña hoguera en el piso superior de la torre para cocinar los huevos. Uno de los huevos tenía ya su pequeña lechuza dentro, así que, después de córtale el pico y las dos patas, la majó con uno de los dientes de ajo que llevaba en la bolsa <Parece que al final sí voy a comer algo de carne>.

Después de comer apagó la pequeña hoguera. Limpió el cuenco de hierro en el que había cocinado y comido y lo guardo de nuevo en la mochila de cuero. Si algo le habían enseñado sus años como soldado era a tener todo ordenado y recogido por si la situación requería desaparecer rápido y sin dejar muchos rastros de su paso por el lugar. El sol ya estaba alto y la temperatura estaba subiendo de manera considerable, así que, se refugió entre las sombras del primer piso, donde el calor era menor, y se dispuso a descansar un rato. Le quedaban unas duras jornadas de viaje todavía hasta conseguir salir de aquella zona desértica y era conveniente tener las fuerzas intactas.

El sueño le venció y cuando vino a despertarse, el sol ya estaba casi desapareciendo por las bajas colinas del oeste. Tenía que apresurarse para no perder tiempo en iniciar la marcha y aprovechar así las horas de temperatura más baja. Cogió la mochila pero, cuando se encaminaba hacia la escalera para bajar y llenar de agua su viejo odre en el pozo, escuchó un relincho y los cascos de un caballo que entraba en el patio con paso lento y cansado. Volvió rápidamente sobre sus pisadas y se agazapó junto a la ventana para ver de quién se trataba. Hasta no asegurarse de cuantos eran y de sus intenciones era mejor no revelar su presencia en la torre.

En la lejanía no se divisaba rastros de más jinetes. <Al menos se trata de un único jinete>. En el patio se encontraba un jinete cubierto de los pies a la cabeza por una túnica color azul oscuro y un turbante del mismo color. En su mano derecha agarraba un látigo enrollado. Delante de la montura avanzaba, de manera cansina, un hombre con el torso desnudo cuyas manos se encontraban atadas con una larga cuerda a la silla de montar del jinete. <Mal asunto. Un esclavista no es frecuente que ande sólo de aquí para allá. Tal vez la tormenta de arena de unos días atrás lo haya separado del resto de la caravana en la que viajaba>. Walder estaba absorto en estos pensamientos cuando dejó caer algunas piedras de la ventana. <Maldición>.

- ¿Quién anda ahí? – gritó el esclavista mientras controlaba su montura que se había asustado por el ruido inesperado producido por las piedras caídas desde la planta superior de la torre al chocar contra el suelo del patio. – Muéstrate.

Ya que había sido descubierto era absurdo permanecer escondido. Walder sabía que se enfrentaba a un único adversario pero, por el contrario, él desconocía cuantos estaban escondidos en la torre. Debía jugar sus cartas con cautela si no quería verse como el hombre que acompañaba al jinete.

Walder salió al patio y se mantuvo a una distancia prudente del jinete. No quería ponerse al alcance del látigo. Ya había probado una vez el beso de uno de esos y todavía tenía grabado en su memoria como ardía la piel donde había impactado.

- ¿Quién eres? ¿Hacia dónde te diriges? – preguntó de manera directa y seca desde la seguridad que le ofrecía su posición elevada en lo alto de su montura.

- Mi nombre es Walder y me dirijo hacia Puerto Blanco – respondió mientras mantenía sus manos sobre la empuñadura de su espada.

- No es tierra para viajar sólo. Es una temeridad.

- No viajo solo – mintió Walder. – El resto de mi grupo está a menos de una jornada de viaje de aquí. Yo me he adelantado para inspeccionar la torre.

En ese momento el prisionero que se había ido colocando detrás del jinete aprovechando la distracción del mismo, se abalanzó sobre éste y lo arrojó al suelo desde su montura. El esclavista se revolvió en el suelo y desplegó el látigo mientras lo descargaba con furia sobre su atacante que recibió la descarga en pleno rostro. Walder tenía una oportunidad que no podía dejar escapar. Sacó la daga de la funda que colgaba en sus riñones y se lanzó rápidamente sobre el hombre armado, rodeándole con fuerza el cuello con su brazo izquierdo y asestándole, con furia, varias puñaladas por la espalda. El enemigo se desplomó sin vida sobre el suelo del patio. Walder se quedó contemplando el cuerpo sin vida mientras pensaba que no era la forma más honrosa de derrotar a un adversario, pero cuando la supervivencia está en juego la honra debe quedarse a un lado.

Un fuerte golpe en la cabeza, seguido de otro de la misma intensidad contra el suelo del patio hizo que todo cuanto le rodeaba se volviera oscuridad y silencio.

Cuando recobró la consciencia lo primero que observó fue una luna que brillaba en lo más alto del cielo. Sentía un dolor terrible en la nuca. Intentó llevarse las manos a la cabeza pero las tenía atadas. Con un gran esfuerzo consiguió sentarse sobre el suelo.

- Al fin te despiertas amigo – sonó una voz a su espalda. - ¡Vamos! ¡Ya es hora de ponernos en camino!

Walder se quedó mirando cómo la túnica azul marino de su captor se movía con la suave brisa de la noche mientras se montaba en el caballo. Cuando sus miradas se cruzaron se quedó petrificado al ver el latigazo que le surcaba, de lado a lado, el rostro.

- No te lo tomes a mal. Te agradezco que me hayas salvado el pellejo, pero me darán un buen dinero por ti en Puerto Blanco. A fin de cuentas…Todos tenemos que sobrevivir en este maldito mundo en el que estamos, ¿no?

domingo, 25 de octubre de 2020

RESEÑA: ESCOGE TU PROPIA AVENTURA #02 - INDIANA JONES Y EL TESORO PERDIDO DE SABA.

 TÍTULO: INDIANA JONES Y EL TESORO PERDIDO DE SABA.


FICHA TÉCNICA.

Título original: Indiana Jones and The Lost Treasure os Sheba.
Textos: Rose Estes.
Traducción: Consuelo González de Ortega.
Ilustraciones: David B. Mattingly.
Editorial: Ediciones Toray, S.A.

BREVE RESEÑA.

Tesoro perdido de Saba, Indiana Jones¡Tengo que hacerlo! La pasada noche dos hombre secuestraron a mi padre, el doctor George Ballentyne, ingeniero militar, cuando se encontraba en nuestro apartamento. Mi padre posee un mapa del tesoro de Saba, perdido desde hace largo tiempo, y tiene grandes conocimientos sobre un nuevo y misterioso láser de diamante. ¡Las fuerzas fascistas de Etiopía quieren hacerse con el control de ambas cosas!

Así que me marcho con Indiana Jones a Etiopía, una tierra de bribones peligrosos, volcanes, laberintos subterráneos y espías implacables, para encontrar el tesoro y salvar la vida a mi padre. Indy me dice que es responsabilidad mía.. Yo debo elegir que movimientos hay que hacer... ¡Yo me encargo de elegir cada uno de los terroríficos pasos de nuestra aventura!

ESCOGE TU PROPIA AVENTURA

SOLUCIONARIO.

Indiana Jones, Tesoro perdido de Saba, Solucion, Esquema