jueves, 10 de diciembre de 2015

DESPERTAR

6:58:32 h. Abrió los ojos despacio y miró el reloj. Aún faltaban unos minutos. Se estiró completamente bajo el edredón nórdico que le cubría y con un movimiento pausado del pie lo dejó caer al suelo.

6:59:16 h. Permaneció impasible unos momentos mirando la lámpara que colgaba del techo mientras que el aire fresco de la mañana le acariciaba la totalidad de su cuerpo desnudo y los tímidos rayos del sol que se filtraban entre las rendijas de la persiana a medio bajar se proyectaban en la pared opuesta. Quería aprovechar al máximo estos momentos que le quedaban.

7:00:00 h. En el despertador comenzó a sonar la misma emisora de radio de todas las mañanas y su mujer empezó a moverse lentamente buscando, aún adormilada, el botón para bajar el volumen de la radio. Con un movimiento rápido se sentó en la cama y volvió a desperezarse. Se pasó la mano por la nuca. Todavía faltaban tres días para que se cumplieran cuatro años de ese fatídico día pero, a pesar de todo el tiempo que ya había transcurrido, aún no lograba acostumbrarse a la idea de estar muerto.

7:00:08 h. Bostezando, se puso de pie y atravesó la pared del que, no hace muchos años atrás, fuera su dormitorio.


EL CICLO DE LA VIDA

Don Miguel, el profesor de ciencias naturales, caminaba sobre la tarima de un lado a otro mientras explicaba la lección. Hoy hablaba sobre las funciones vitales de todos los seres vivos y hoy, como siempre, Lucas estaba absorto dibujando aviones en su libreta cuando el profesor dijo algo que le hizo detenerse de inmediato y alzar la vista hacia el profesor con los ojos abiertos de par en par.

- “Niños, todos los seres vivos… nacen, crecen, se reproducen y, por último, mueren”

Lucas se quedó petrificado y, a sus escasos siete años, se planteó una cuestión que hasta el momento ni tan siquiera se había asomado en su pueril mente. Él no se acordaba de cuando nació, ni siquiera tenía un leve recuerdo de los meses siguientes. Por supuesto, no entraba en sus planes crecer, quería seguir siendo niño durante toda su vida y, muchísimo menos reproducirse. La simple idea de tener que besar a una chica le ponía los pelos de punta. Así fue como llegó a una terrible conclusión… ¿su existencia se limitaba tan sólo a morir?

viernes, 4 de diciembre de 2015

NUEVOS VECINOS

La mañana se encaminaba ya a su fin cuando un camión blanco con la serigrafía de “Mudanzas Rapid” estacionó en la casa de enfrente y se bajaron tres operarios de la cabina.

-“Mira nene”- dijo Sebastián a su hijo mientras, sentado en la mecedora del porche, dejaba de leer la prensa. -“Parece que pronto vamos a volver a tener nuevos vecinos”

-“Si”- respondió el chico a su padre a la vez que continuaba jugando sentado en el suelo con sus bloques de construcción sin, tan siquiera, levantar la vista. -“Ya veremos si éstos duran más que los anteriores que vinieron”

-“Tienes razón, nene. Ya son cuatro las familias que Amelie ha expulsado de la casa”-. Dijo el padre mientras observaba como la figura de una pequeña vestida de blanco y una larga melena rubia se recortaba en la ventana de la planta del piso superior para desaparecer unos breves instantes después detrás de las viejas y raídas cortinas color beige.

lunes, 9 de noviembre de 2015

ENCUENTRO EN LA OSCURIDAD

Percibió algo que puso su cuerpo y su mente completamente en tensión. Realizó un esfuerzo mayor mientras se acariciaba la espesa y blanca barba con su mano derecha y pudo captarlo con mayor fuerza y claridad. No era algo, sino alguien. Y no uno, sino varios. Se centró más aún en el grupo. Era indudable que viajaban juntos, de eso no había la menor duda. Deseaba con todas sus fuerzas hablar con ellos. Saber sus intenciones y su destino final. Pero mostrarse abiertamente podía ocasionarle problemas ya que desconocía cuales eran sus verdaderas intenciones. Así que decidió esperar en un segundo plano, en las sombras, hasta descubrir un poco más sobre ellos.

No quería que su impaciencia le llevase a cometer errores iguales a los cometidos en el pasado. Pero su curiosidad y ansias por saber más de ellos se acrecentaban por momentos. Así, intentó expandir su mente un poco más allá. Ahora podía percibirlos con mayor claridad aún. Era como si se encontrara entre ellos, justo a su lado. Eran cuatro. El primero en el que fijó todos sus sentidos era, indudablemente, un guerrero. Algo que podía suponerse por la armadura completa que portaba con gallardía. Se veía que era un guerrero experimentado como denotaban algunas abolladuras en la coraza y las marcas de otros aceros contra ella. Y debía poseer una fuerza extraordinaria como así se podía deducir por la espada bastarda que colgaba de su espalda. Un arma que requería de unos brazos fuertes para blandirla. Cerca, sentadas junto a la hoguera, conversaban dos figuras más delgadas. Dos mujeres, sin duda. La primera de cabellos cortos y negros. Piel morena y vestimentas blancas procedía indudablemente de las tierras del otro lado del Mar de Corla, allí en el sur. Sus muñecas estaban adornadas por una gran cantidad de finos aros dorados que tintineaban con el movimiento de sus manos de manera armoniosa. Su interlocutora era de cabellos rubios y largos. Sus orejas puntiagudas confirmaban que se trataba de una elfa. El arco largo que descansaba junto a ella y sus ropajes de exploradora confirmaban que debía ser una excelente tiradora. De pronto, con un rápido movimiento, se llevó el dedo índice de su mano izquierda junto a sus labios y agarró con premura su arco mientras observaba con mirada penetrante cuanto las rodeaba. Sin darse cuenta, había bajado la guardia mientras las estudiaba, desvelando su presencia de manera imprudente. Por unos momentos contuvo la respiración hasta que la elfa volvió a soltar el arco y siguió conversando con su compañera.

Un poco más alejado del grupo, en el límite entre la luz de la hoguera y las tinieblas de la noche que envolvían al grupo, captó al cuarto miembro. El más misterioso sin lugar a dudas. Estaba envuelto en una amplia túnica de color carmesí cuya capucha le cubría el rostro dejando tan solo al descubierto una pequeña barba color gris. Intentó averiguar algo más sobre él, pero parecía como si un aura mágica lo rodeara y blindara de cualquier escrutinio no deseado. Le fue imposible averiguar nada más sobre él.

Satisfecho con las investigaciones que había realizado cortó el enlace mental con el grupo, al menos por el momento, y volvió al mundo que le rodeaba. Con la mayor celeridad posible para no olvidar ningún detalle de su encuentro, dio un sorbo al café que empezaba a enfriarse en la taza y comenzó a golpear las teclas de su vieja Olivetti color rojo.


martes, 15 de septiembre de 2015

DEL AMOR Y LA MUERTE

El día había sido extremadamente duro para ella. La luna observaba la ciudad desde hacía largo rato desde el cielo cuando Ana llegó a casa, al fin, con la pequeña urna que contenían las cenizas de su abuelo. Siempre había estado muy unida a él. En la puerta de su casa estaba Luis, un compañero de trabajo por el que sentía una gran atracción, tal vez amor, que no era correspondido. Es más, independientemente de los típicos saludos de cortesía, al llegar al trabajo, apenas si cruzaba palabras con ella. Él se acercó despacio a ella le dio un cálido abrazo, dos besos y le dijo con esa voz clara que tanto le gustaba: “Lo lamento mucho Ana. Mi más sincero pésame”. 

Esa noche no pudo pegar ojo, dándole vueltas en su cabeza al momento que acababa de vivir y a las sensaciones tan maravillosas que había experimentado. 

A la mañana siguiente, cuando llegó a su puesto de trabajo todo volvió a la normalidad. Para Luis ella era una compañera de trabajo más. 

Ana no sabía qué hacer para volver a sentir el abrazo de Luis. Así, una noche, entre el delirio y la locura, encontró la solución. 

A los pocos días, comenzó a asesinar a los miembros de su propia familia. Sólo para sentir el abrazo de Luis y su voz cerca de su oído. Para ella ese breve momento valía más que la vida de cualquier persona, incluidos sus seres más allegados.

lunes, 14 de septiembre de 2015

SENSACIONES

Desde hace unas tres semanas no me siento del todo bien. Podría decirse que me encuentro fatal para ser más exactos. Tengo una sensación muy extraña en mi cuerpo. Todo empezó cuando regresé del hospital, donde he estado cerca de dos semanas ingresado a raíz de una neumonía mal curada de la que sufrí una grave recaída. Desde entonces deambulo por mi apartamento como un sonámbulo porque no me atrevo a salir a la calle. Paso la mayor parte de mi tiempo dormitando y cuando me despierto, de repente, en algún otro lugar de la casa, desconozco cómo he llegado hasta allí. Pero lo más extraño de todo son los ruidos que escucho. Al principio no les presté la mayor importancia, pero con el transcurrir de los días se han vuelto cada vez más frecuentes. Los objetos desaparecen de los sitios donde los coloco y los encuentro en cualquier otro lugar, eso en caso de encontrarlos. Y siento presencias. Sin ir más lejos hace unos días estaba acostado en mi cama durmiendo y al girarme, para cambiar de postura, vi con total claridad el rostro de una mujer dormida. Pude notar como su respiración chocaba contra mi cara. Me levanté de un salto, salí corriendo de la habitación y me encontré de repente en medio del pasillo. Lo más extraño de todo fue el hecho de atravesar la pared. En ese instante me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Me detuve frente al espejo y no pude ver nada. Sencillamente, mi cuerpo ya no estaba allí. Sólo en ese instante fui consciente de que nunca salí con vida de aquel hospital donde estuve ingresado cerca de dos semanas.

domingo, 13 de septiembre de 2015

INSOMNIO

Era una de esas madrugadas en vela como tantas otras de insomnio. Sentado en la silla de la cocina removía, una y otra vez, una taza de leche caliente que me acababa de preparar con la esperanza de atraer de nuevo al sueño. Fuera, la calle aparecía completamente desierta a lo que contribuía por igual la lloviznaba que caía débilmente sobre el asfalto y que vivía en un edificio de la periferia de la ciudad.

Desconozco el tiempo que llevaba mirando por la ventana la desolada calle cuando de pronto algo llamó mi atención. Por la acera de enfrente, ajena a la llovizna que seguía cayendo, caminaba despacio una mujer. En un momento determinado giró y atravesó el muro que rodeaba el parque que había delante de mi vivienda. No había entrado por un hueco, ni lo había saltado. Simplemente lo atravesó como si el muro no estuviera allí.

El poco sueño que pudiese tener en ese momento se esfumó de inmediato. Si se trataba de un fantasma o si había sido producto de las horas en vela era algo que debía esclarecer, por lo que a la noche siguiente allí me encontraba. Sentado frente a la ventana de la cocina con la cámara de fotos en la mano expectante a que algo ocurriera. 



Cuando avanzada la madrugada volvió a aparecer la figura mi cuerpo se puso completamente en tensión. Empecé a disparar mi cámara una y otra vez hasta que la figura de la mujer llegó al mismo punto del muro y volvió a atravesarlo. Durante un buen rato me quedé mirando por la ventana la solitaria calle.

Las fotos las tomé sin flash, para no llamar la atención de la mujer, lo que unido a la mortecina luz de las farolas hizo que las fotos aparecieran borrosas y no se distinguiera la cara de la mujer.

A la mañana siguiente decidí hacerme con una cámara más potente. Así que, cuando salí del trabajo me dirigí a un centro comercial y adquirí un modelo de cámara con zoom y opción de fotografía nocturna. Estaba decidido a saber quién era esa misteriosa mujer.

Esa noche volví a mi puesto de vigilancia, subí la persiana y, cuál fue mi sorpresa cuando observé la cara de la mujer casi pegada al cristal de mi ventana con las palmas de las manos apoyadas en el mismo. Sus ojos negros, sin un ápice de vida se clavaron en los míos y, ya no recuerdo nada más. Me desperté tirado en el suelo de la cocina bien entrada la mañana con la cámara destrozada en el suelo y un buen chichón en la parte posterior de la cabeza. Debí de desmayarme a causa de la impresión.

Desde esa noche no he conseguido quitarme de la cabeza esos dos ojos redondos, negros y carentes de cualquier expresión de la cabeza, ni he conseguido reunir el valor suficiente para subir la persiana de la cocina por las noches, porque siento que está ahí detrás, golpeándola y arañándola con las largas uñas de sus manos, esperando una invitación para entrar en mi casa.


sábado, 12 de septiembre de 2015

LA CRIATURA


La noche era bastante fría y estaba cayendo una niebla lo suficientemente espesa como para empezar a difuminar los edificios colindantes. La mujer arrulló al bebé entre sus brazos protectores y lo cubrió con la manta. Miró, desde la puerta del hospital del que acababa de salir, a ambos lados de la calle pero no consiguió ver ningún taxi. Impaciente por la espera y el pasar de los minutos decidió marcharse a pie antes de que la noche avanzará aún más. Su casa no estaba muy lejos, atravesaría por el parque para evitar rodearlo y ganar así algo de tiempo.

Caminaba lo más rápido que le permitían sus piernas sexagenarias. Se había visto obligada a llevar al bebé por la tarde a un control rutinario, de los muchos que se les realizan en los primeros meses de vida, y no había podido aplazarlo por más tiempo. Debido a la falta acuciante de personal en el hospital se había retrasado bastante, por lo que la noche se le había echado encima. Sus temores de que descubrieran alguna anomalía en el crio la aterraba pero los exámenes que le realizaron no dieron signo de que hubiese nada fuera de lo normal.

Las luces de las farolas quedaban rodeadas por la niebla, que comenzaba a ser bastante espesa, lo que le confería al lugar un aspecto realmente fantasmagórico. Había llegado casi al final de los jardines y ya podía medio adivinar las rejas del otro extremo cuando, de una zona oculta por las sombras de los árboles, se deslizó de manera silenciosa una silueta humanoide con una gran joroba en el lado izquierdo de su espalda cortándole el paso.

- ¡Entrégame al bebé! ¡Ahora! -dijo con una voz ronca y desgastada por la edad mientras extendía su brazo derecho. -¡Dámelo!

- ¡No te lo daré! ¡Jamás! -respondió la mujer enérgicamente. -Dile a tu señor que el bebé nunca caerá en sus manos.

El deforme ser se abalanzó hacia la mujer con una rapidez fuera de lo común pero ésta sacó del bolsillo de su abrigo un extraño amuleto que refulgió tiñendo el lugar con una extraña luz azul. El ser se encogió sobre sí mismo lanzando mil maldiciones.

- ¡Dame al bebé! -exigió la criatura mientras se intentaba esconder de la luz entre las sombras de las que había salido momentos antes.

Al mismo tiempo el bebé extendió sus brazos intentando arrebatar el amuleto de manos de la mujer pero esta apartó la mano justo a tiempo y se lo puso sobre la frente.

- ¡Suéltame! ¡Suéltame, bruja! -dijo el bebé con una voz aguda mientras se retorcía a causa del intenso dolor que le producía el contacto con el amuleto.

- ¡Cállate! Pronto aprenderás a obedecer mis ordenes. No eres el primero de tu especie al que he domesticado - Le advirtió la bruja.

LA LLAVE DE LARN

“Cuentan las leyendas más antiguas que la llave de Larn fue creada por entidades muy poderosas procedentes de otros tiempos lejanos y de otros lugares más lejanos aún. Una llave mágica de una belleza extraordinaria, de oro macizo y misteriosas runas grabadas, capaz de abrir cualquier cerradura de este mundo y crear entradas cósmicas a lugares insólitos ubicados en otros mundos y en otras dimensiones.”

-“¡Venga ya, hermanito! ¿En serio sigues creyendo esa historia? –Preguntó Elías a su hermano pequeño-. “No son más que cuentos para niños pequeños.”

-“¡Es una historia real!” –Gritó Iván enojado, mientras su cara enrojecía a causa de la ira-. “Lo he leído en uno de los libros que guarda papá arriba, en el trastero. Además, tengo aquí la llave. ¡Mira!”

Elías le arrebató la llave de la palma de la mano a su hermano y la miró fijamente por ambos lados. Fue apenas unos segundos pero parecieron eternos para el pequeño Iván. Un momento después metió la llave dorada en la cerradura de la casa, parecía encajar perfectamente.

-“¡Espera!, ¡No gires la llave! –Gritó a su hermano mientras intentaba agarrarle la mano para impedir que abriera la cerradura.

-El mayor de los hermanos giró la llave y abrió la puerta para entrar en la casa. Iván se cubrió los ojos con las palmas de las manos y se quedó quieto en el porche, ante el umbral de la vivienda.

-“¿Puede saberse qué haces ahí parado en la puerta? ¡Quítate las manos de la cara y siéntate en la mesa que la cena está preparada!”

Iván bajó sus manos despacio, con miedo a lo que se podía encontrar. Frente a él sólo se encontraba su madre con una fuente humeante que acababa de sacar del horno. Todo estaba como siempre. No había nada extraño.

Cuando su madre se perdió de vista por la puerta que daba paso al salón. Sacó la llave de la cerradura y la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón. Cerró la puerta de entrada y subió de manera precipitada a la planta de arriba, donde se encontraba el trastero. Abrió el primer cajón del antiguo escritorio de ébano. Depositó la llave dentro del pequeño cofrecillo de hierro que allí había y bajó otra vez para sentarse a la mesa.

Esperaron a que Elías se sentara a la mesa a cenar pero éste nunca apareció. Iván lo vio entrar pero su madre no. Su madre sólo lo vio a él delante de la puerta abierta con los ojos tapados. Su hermano mayor no había llegado a entrar en la casa. Había abierto un portal dimensional a otro mundo y ahora estaba atrapado dentro de él.

Si tan solamente le hubiera hecho caso...





viernes, 11 de septiembre de 2015

LA DONCELLA

La mañana había amanecido extrañamente fría a pesar de mediar el mes de Junio. Cogí la pipa y la preparé de manera meticulosa, casi ritual, mientras observaba como la calle más abajo empezaba a recobrar la actividad típica de las primeras horas del día. El sol ya entraba con timidez por el ventanal de la biblioteca cuando me senté en mi sillón. Continué leyendo el libro que tenía en la pequeña mesita auxiliar que estaba a mi derecha. Estaba completamente absorto en la lectura cuando escuché con total claridad abrirse la puerta de la calle.

-¡Ya estoy aquí, señor Quesada. Le subiré el desayuno en unos minutos!

Las llaves emitieron su característico sonido metálico al dejarlas caer sobre la bandeja de plata que había encima del pequeño mueble victoriano del recibidor. No podía creerlo. Era Matilde, la señora que durante más de quince años se había encargado de la limpieza y el mantenimiento de mi hogar. Me quedé completamente petrificado y fui incapaz de mover, ni tan siquiera, un músculo de mi cuerpo. Mi boca fue incapaz de articular palabra. Mi mente se quedó completamente en blanco. No encontraba ninguna razón lógica por la cual Matilde había venido a cumplir con su jornada de trabajo cuando, apenas veinte horas antes, habíamos dado sepultura a su cuerpo inerte.

LAS CRÓNICAS DE SIR ARTHUR DE AGUASVERDES: EL PUENTE DE PÁRAMO HELADO


Montura y jinete avanzaban de manera pesada, casi imperceptible a los sentidos, a través del extenso y desolado páramo. Hacía tiempo que la nieve lo había cubierto, con su blanco manto, en su totalidad, lo que les dificultaba caminar más aún si cabe. El jinete lucía una armadura que debió ser bella y reluciente en otros tiempos mejores pero que ahora apenas alcanzaba a ser la sombra de lo que antaño fue. Le cubría desde los pies hasta el cuello y presentaba más de una abolladura y alguna que otra parte bastante oxidada, sobre todo por los bordes. El gélido viento recorría el páramo con furia y los golpeaba sin ninguna contemplación, helándolos hasta lo más profundo de sus cuerpos.

- Maldito seas jamelgo, si no fueras tan lento habríamos llegado hace ya algunos días a nuestro destino – gruñó el jinete.

- Si no estuvieras tan gordo y viejo, tal vez podríamos ir más rápido – le contestó la montura sin ninguna contemplación.

- Debí dejar que te murieras de hambre en la mugrienta cuadra de aquel malvado mago que derroté en las Montañas Oscuras, hace tanto tiempo que no alcanzo a recordar.

- Si no lo hubieras matado quizás me hubiera devuelto a mi forma humana y seguiría siendo aquel apuesto joven que era antes y a cuyos pies caían rendidas por igual doncellas y mozas.

- ¿Apuesto? - Si eres feo hasta para ser caballo, desgraciado. Dudo mucho que fueras bello como humano – respondió el jinete mientras se sacudía algunos trozos de hielo de la espesa y descuidada barba de color gris.

- Debería ponerme en pie sobre mis cuartos traseros y arrojarte al suelo para que fueras caminando el resto del trayecto. Siempre que alcances a ponerte en pie, nuevamente, claro.

- No te molestes… Yo mismo me arrojaría al suelo si consiguiera reunir las fuerzas necesarias para hacerlo. Antes que seguir montado sobre tu lomo soportando esa horrible cojera que tienes y que terminará por molerme todos los huesos del cuerpo, maldito.

Frente a ellos, se abría camino un caudaloso río que surcaba, de lado a lado, cuanto abarcaba la vista. Un puente de un solo arco y piedra grisácea, tan viejo como las montañas que se divisaban a lo lejos se erguía, o al menos eso intentaba, uniendo las dos orillas.

- ¡Andando! - Ordenó mientras azuzaba a su montura.

- ¿En serio piensas que vamos a cruzar por ahí? – preguntó el caballo.

- ¿Ves algún otro sitio mejor? – fue la irónica respuesta que recibió por parte del caballero.

- ¡Oh, vamos! Ese puente es una auténtica ruina a punto de venirse abajo en cualquier momento. ¿Tienes idea de qué temperatura puede tener el agua? No pienso morir hoy ni congelado, ni ahogado cuando caigas sobre mí con tu enorme barrigón.

- Cállate ya de una vez y camina, maldito jamelgo. Ese puente aguantará nuestro peso con total seguridad.

- Muy bien, señor sabelotodo, pero cuando caigamos al agua no me digas que no te lo advertí. ¡Qué lugar tan horrible para venir a morir! – continuó gruñendo el caballo, mientras ponía temeroso una de las patas sobre el puente. Maldito sea, mil veces, el día que me sacaste de la cuadra del mago.

- ¡No seas estúpido! De no ser por mí hace ya tiempo que habrías muerto de hambre en aquel apestoso agujero – le respondió al caballo.

- Tampoco es que ahora comamos mucho. ¡Al menos yo! - respondió mientras ponía la otra pezuña delantera sobre el viejo puente.

- ¡Alto! – exclamó una voz ronca y grave desde la parte baja del puente interrumpiendo la discusión de jinete y caballo.

- ¿Quién es? ¿Quién anda ahí? – preguntó el caballero mientras paraban en seco y giraban la cabeza a ambos lados buscando a su interlocutor.

- ¡Al fin alguien sensato! – exclamó el caballo. ¿Qué más da quién lo haya dicho? Hagámosle caso y demos la vuelta.

- ¡No nos detendremos! – gritó con todas sus fuerzas el jinete mientras espoleaba a su montura para que reiniciara la marcha.

- ¡No podéis seguir avanzando por mí puente! – advirtió la voz del desconocido.

- Desde luego es lo mejor que podemos hacer. Es de locos cruzar esta porquería de puente que está a punto de venirse abajo – persistió el caballo en su idea.

- ¡Mi puente no es ninguna porquería! – respondió la voz, esta vez adoptando un tono dolido -. ¡Y nadie pasará sin mi permiso!

- Con tú permiso, o sin él, yo, Sir Arthur de Aguasverdes cruzaré este puente y proseguiré mi camino – sentenció de manera solemne.

- ¿Cómo decís...? ¡Sir Arthur de Aguasverdes! – exclamó la voz con asombro.

Con un salto torpe, que hizo vibrar hasta los cimientos de piedra, se plantó en mitad del puente un ser deforme, de nariz ancha, enorme joroba y piel olivácea llena de arrugas que levantaba unos diez pies del suelo.

-¡Sir Arthur de Aguasverdes! ¡Por todos los Dioses! – gritó mientras dejaba apoyado en una de las balaustradas del puente su pesado garrote y se acercaba para estrechar a continuación la mano del caballero de manera afectuosa -. ¡No puedo creer que estés aquí… en mi puente! ¡Es todo un honor!

- Pero… ¿Qué diablos se supone que eres tú? – preguntó el caballero con asombro mientras el ser seguía estrechándole la mano al jinete.

- Soy el gran trol Gortras. Amo, señor y guardián de este puente que ves aquí. El Puente de Páramo Helado - respondió con voz solemne mientras apoyaba los puños cerrados, con orgullo, a ambos lados de su cintura.

- Perdona amigo - interrumpió el caballo, – pero a mí me parece que no eres más que un viejo y jorobado trol que ya no puede ni con su propio cuerpo.

- ¿Quieres hacer el favor de cerrar tú bocaza y callarte? – reprendió Sir Arthur a su montura.

- Haz caso a tú amo animalejo, si no quieres que te aplaste como a un gusano con una sola de mis poderosas manos – amenazó el trol mientras levantaba su brazo derecho y cerraba el puño en alto.

- Difícilmente aplastarás algo, torpe - lo desafió la montura.

- ¡Cállate de una vez! – dijeron caballero y trol al unísono.

- Bueno amigo - se dirigió Sir Arthur al trol –, ahora que ya nos hemos presentado me gustaría cruzar tú puente y que nos permitieras proseguir nuestro camino. Tenemos prisa por llegar a nuestro destino antes de que el tiempo continúe empeorando.

- Lo siento… no puedo dejar que cruces, así como así, mi hermoso puente.

- ¿Hermoso? – respondió el caballo al trol -. Si está a punto de venirse abajo.

-¿Quieres hacerme el favor de no abrir más la boca? – recriminó nuevamente Sir Arthur a su montura.

- No entiendo. Hace un momento has dicho que era un honor tenerme aquí en…

- ¡Y lo es! – lo interrumpió Gortras –. Pero… ¿y mi reputación? ¿Qué dirán de mi si te dejo cruzar el puente tranquilamente?... ¡Todos querrán cruzar sin pagar el peaje! ¡Sería mi ruina!

- ¿Todos? Pero aquí no hay nadie – respondió Sir Arthur mientras miraba a ambos lados –. Nadie sabrá nunca que me has dejado cruzar.

- No exactamente mi admirado caballero, mirad detrás vuestro.

Sir Arthur giró la cabeza y para su asombró, pudo ver a un enano regordete, de barbas pelirrojas, arrodillado en un gran boquete junto a la balaustrada del puente, que se afanaba en tomar notas en un pergamino. Al sentirse observado dejó de escribir y miró a los viajeros.

-¡Oh! ¡Por favor!... continuad con vuestra conversación señores. No era mi intención interrumpiros en vuestros asuntos. Simplemente estoy tomando algunas notas de las reparaciones que necesitan realizarse en el puente – dijo el enano mientras volvía a enfrascarse en sus quehaceres.

- ¿Y si te pago la cantidad del peaje? – dijo Sir Arthur al trol en voz baja esta vez.

- No puedo aceptar que me pagues – respondió Gortras al mismo tiempo que negaba con la cabeza -. ¿Qué pensarán de ti? El gran caballero Sir Arthur de Aguasverdes pagando peaje como un vulgar y patético campesino. ¡Es inadmisible! No, no, no… ¡Inadmisible!

- En lo de patético has acertado de pleno – intervino el caballo.

- Pero entonces… ¿Cómo voy a proseguir mi viaje? – dijo Sir Arthur al trol con cara de incredulidad, ignorando lo que acababa de decir sobre él su montura –. No me permites pasar ni me permites pagar el peaje. ¿Qué solución me das?

- Tendrás que pelear conmigo y derrotarme antes de poder cruzar mi puente – le respondió el trol –. Así, es como se ha venido haciendo generación tras generación. Desde los tiempos de nuestros antepasados.

- ¿Pelear? – repitieron Sir Arthur y el enano al mismo tiempo.

- ¡Una pelea! Ningún enano en su sano juicio se pierde una buena pelea por mucho trabajo que tenga – se regocijó Thorglin mientras enrollaba el pergamino en el que estaba escribiendo y se sentaba en una roca que se había desprendido de la balaustrada del puente, para presenciar la pelea en primera fila.

- Un momento, un momento – pidió Sir Arthur mientras extendía los dos brazos pidiendo calma. Seamos razonables y discutamos esto como seres civilizados.

- Caballeros por favor – interrumpió el enano mientras se atusaba la espesa barba con ambas manos -. No tengo todo el día, pronto se irá la luz y no podré continuar mi trabajo. Haced el favor de pelear de una vez y no demorar más el asunto.

- Tenemos que hablar detenidamente, amigo – dijo Sir Arthur bajando con dificultad del caballo y acercándose al trol al que condujo a un lado del puente.

- ¿Qué os ocurre, Sir Arthur? – preguntó el trol.

- Me gustaría que hablásemos antes del combate.

- Vamos, por todos los dioses, no tenemos toda la vida. Dejaos de palabrerías y pasad a la acción – volvió a interrumpir Thorglin que ya había sacado su pipa y se afanaba en encenderla –. La noche se vendrá encima pronto y deslucirá tan majestuosa pelea.

- Creo que tiene razón el enano, Sir Arthur – dijo el trol mientras cogía el garrote que había dejado apoyado en la balaustrada del puente -. Debemos pelear ya o no tendremos suficiente claridad.

- Un momento, un momento… Hablemos antes los dos, a solas.

- Está bien…, está bien – aceptó Gortras –. Pero sólo un momento, o no acabaremos nunca con este asunto.

Trol y caballero bajaron por una suave pendiente que había junto al puente, bordeada por pequeñas arboledas que hacía tiempo que perdieron su verdor, y que conducía hasta la orilla del río.

- No veo la necesidad de tener que pelear, amigo Gortras – comenzó el caballero -. ¿Qué necesidad tenemos de pelear y acabar malheridos uno de los dos? ¿O los dos, incluso?

- Pero Sir Arthur… ¡vuestro honor! Tenemos que combatir o no os respetarán vuestros enemigos.

- Vamos a ver amigo. Nadie tiene por qué enterarse de que no hemos combatido…

- ¡No, no, no! – exclamó el trol mientras giraba repetidas veces la cabeza a ambos lados mostrando su total desaprobación –. Tenemos que pelear para salvaguardar vuestro honor. Además, de no combatir y dejaros cruzar mi puente se me perderá el respeto a mí también y ya nadie querrá pagarme el peaje. ¡Yo vivo de lo que me pagan los campesinos por cruzar el puente para ir a la ciudad! Y… últimamente no es que vaya muy bien el negocio.

- Creo que podemos solucionar esto de una manera bastante razonable, amigo Gortras – respondió Sir Arthur mientras se sentaba en una enorme piedra que había junto a la orilla del rio.

- ¿Cómo? No veo otra forma de salvar vuestra honorabilidad si no es en el combate.

- ¡Fingiendo!

- ¿Fingiendo?

- Fingiremos que ambos combatimos y que te doy muerte. De esta forma no tendremos que salir mal parados ninguno de los dos y mi reputación no se verá dañada - explicó Sir Arthur.

- ¿Y qué gano yo con todo esto?

A pesar de estar usando todas sus dotes de persuasión, el asunto no marchaba de la forma que le gustaría a Sir Arthur. Definitivamente, aunque era un trol, no era tan estúpido como el resto de sus congéneres. <<He ido a toparme con el único trol medianamente listo que hay sobre la faz de la tierra>>.

- ¡Inmortalidad! ¡Será el combate más increíble que han visto los tiempos actuales! - exclamo el caballero -. Amigo, todos los bardos del reino cantaran nuestro épico combate. Tu nombre se conocerá en todos los salones de los castillos desde las heladas tierras del norte hasta los cálidos edenes del sur. Desde las tierras donde nace el sol hasta donde muere.

- Si, todo eso me parece muy bonito. Ningún trol en mi familia soñó siquiera con alcanzar tan altas cotas de popularidad pero... Si simulamos mi propia muerte durante el combate no podré seguir cobrando a los que quieran cruzar por mi puente. Tendré que cambiar de nombre. Buscar otro puente, lejos de aquí, donde seguir ganándome la vida. Y este puente ha pertenecido a mi familia desde hace más de ocho generaciones. ¡No lo veo claro! – expresó Gortras mientras movía la cabeza con evidentes signos de desaprobación.

- Creo que puedo compensaros de alguna manera. Con algo de dinero, por las molestias, amigo Gortras – dijo mientras sacaba la mano de la pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cintura y la abría con la palma abierta hacia arriba -. Os daré estas diez monedas de oro para que podáis marcharos a otro puente lejos de aquí y empezar de nuevo.

- No se Sir Arthur. Es una cantidad de dinero muy elevada, pero empezar de nuevo… ¡Y a mi edad! ¡Ya no soy un jovenzuelo! – se lamentó el trol abriendo ambos brazos y elevándolos hacia el cielo –. No sé… No me veo con fuerzas suficientes.

- Os daré dos monedas más – le interrumpió el caballero –. ¡Doce en total! Por las molestias y para cubrir los gastos del traslado.

- Es una cifra tentadora, Sir Arthur. Está bien… – dijo el trol mientras estrechaba con fuerza la mano del caballero y se guardaba las monedas con una rapidez endiablada -. ¡Acepto el trato! Pero… ¿qué haremos con el enano? Querrá ver la pelea y no creo que sea fácil persuadirle de su empeño de vernos combatir.

- ¡Es verdad! No me acordaba de él. ¡Ya lo tengo! – exclamó tras pensar unos segundos -. No te preocupes, le diremos que queremos combatir a solas, para no distraernos con la presencia de público y bajaremos aquí a la orilla a simular la pelea.

- De acuerdo. Espero que sepas lo que haces Sir Arthur, sería una auténtica deshonra si el enano descubre tú plan y nos encontrase aquí abajo fingiendo una pelea.

- No te preocupes más, ahora subamos y pongamos nuestro plan en marcha, amigo – dijo mientras se levantaba de la piedra en la que se había sentado momentos antes y comenzaba a andar, sendero arriba, seguido por el trol.

- ¿Ya habéis decidido cuándo empezáis la pelea? – dijo Thorglin nada más verlos aparecer –. No puedo perder todo el día. Tengo mucho trabajo por delante en este puente como ya os he dicho antes.

- ¡Habrá pelea! – respondió el caballero dirigiéndose al enano.

- ¿Has perdido el juicio? – preguntó el caballo a su amo con asombro y los ojos abiertos como platos por la sorpresa.

- Lucharemos abajo, en la orilla. Los dos a solas y sin testigos – prosiguió Sir Arthur sin hacer caso a su montura.

- Se ha vuelto loco definitivamente – exclamó el caballo en voz alta mirando al cielo –. Me llevaría las manos a la cabeza si aún las conservara en lugar de estas inútiles pezuñas.

- Pero no podéis luchar sin testigos - protestó el enano mientras su cara se volvía roja por momentos–. Tengo que ver la pelea para poder contarla y reflejarla en mis escritos. ¡Es inadmisible! ¡Nunca se ha oído nada igual!

- Lo siento maestro Thorglin, pero ya está decidido – le interrumpió el caballero -. Lucharemos los dos a solas y sin ningún tipo de distracción. El vencedor del combate os contará todos los pormenores que queráis saber sobre el duelo.

- Pero no es justó, no puedo creer que me hagáis una cosa igual - se dirigió de manera airada Thorglin al trol.

- Está decidido y así se hará – respondió Gortras de manera tajante.

- ¿Has perdido la cabeza, necio? – preguntó el caballo a Sir Arthur.

- ¡Cállate de una vez! Confía en mí. Se lo que hago – prosiguió el caballero.

- Pues debe ser la primera vez en tú triste y lamentable vida que sabes lo que haces – le respondió el caballo –. ¡Allá tú! Después no digas que no te advierto acerca de tus descabelladas ocurrencias.

Sir Arthur se acercó al delgado lomo de su montura y extrajo del viejo y raído capacho su casco. Lo tomó con las dos manos y se lo colocó con toda la solemnidad que requería la ocasión. Embrazó su escudo y se dirigió, ladera abajo, hacia la orilla del río mientras desenvainaba una espada oxidada por la punta y mellada en diversos puntos de su hoja. Junto a él, también de manera solemne, bajaba Gortras el trol, agarrando con firmeza su enorme garrote.

- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Gortras cuando habían alcanzado la orilla del río y los resecos árboles los ocultaban de las posibles miradas indiscretas procedentes del puente –. Tendremos que hacer un poco de ruido, por lo menos.

- Eso es, amigo. Tenemos que hacer un poco de ruido – respondió Sir Arthur mientras dejaba el escudo en el pedregoso suelo -. ¡Golpeemos los árboles!

Dicho lo cual, caballero y trol, se pusieron a golpear los árboles que había a su alrededor mientras gritaban y lanzaban todo tipo de maldiciones, durante un buen rato.

- Ya está bien, amigo Gortras – dijo Sir Arthur jadeando por el esfuerzo que había realizado –. Creo que ya es suficiente. Ahora escóndete tras esos juncos y quédate ahí hasta que nos hayamos marchado todos.

- Un momento, tendrás que mancharte un poco de sangre - respondió el trol mientras dejaba su garrote apoyado en un árbol.

A continuación se produjo, a sí mismo, un profundo corte en la mano izquierda con el cuchillo que acababa de coger de su cinturón. La sangre, negra y viscosa, brotó de la palma de la mano casi al instante y goteo directamente sobre el suelo.

- Pero… no creo que sea necesario.

- No te preocupes… ¡Soy un trol! Regenero mis heridas con rapidez. Sanará en un momento – le tranquilizó mientras restregaba la palma de la mano ensangrentada por la armadura y el escudo de Sir Arthur, que aún estaba en el suelo.

- Está bien. Escóndete ahora. – le dijo mientras estrechaba la mano del trol y miraba con asco su armadura manchada de sangre.

- Hasta la vista, Sir Arthur.

- Hasta la vista, amigo Gortras – se despidió mientras envainaba la espada.

El trol entregó al caballero el escudo, que lo tomó con ambas manos y lo embrazó. Mientras subía cansinamente la pendiente que llevaba hasta el puente, dirigió una mirada hacia atrás y pudo ver a Gortras como desaparecía tras los juncos de la orilla.

Durante un buen rato tuvo Sir Arthur que contar el combate mientras Thorglin se afanaba en tomar nota de todo cuanto decía el caballero y le hacía repetir, una vez tras otra, los golpes más espectaculares para no dejar nada sin reflejar en sus escritos.

- Bueno maestro Thorglin – dijo finalmente el caballero intentando poner término al relato que había tenido que repetirle al enano más de cuatro veces –. Si nos disculpas tenemos que proseguir nuestro viaje o no llegaremos nunca a nuestro destino.

- Estoy completamente de acuerdo, caballero. Siento haberle entretenido tanto tiempo – respondió el Enano. Pero comprenderá que no todos los días es testigo uno de un combate del famosísimo Sir Arthur de Aguasverdes, aunque sea de manera indirecta.

- Si no se os ofrece ninguna otra cosa maestro Thorglin, debo proseguir mi marcha – le dijo mientras montaba con dificultad sobre su caballo y se disponía a retomar su camino.

- Existe un pequeño detalle que no se ha tenido en cuenta en todo este asunto, Sir Arthur – interrumpió el enano mientras colocaba una piedra sobre el pergamino en el que había estado escribiendo, para evitar que se volara, y sacaba otro de su bolso y lo desenrollaba -. Este pergamino tiene el presupuesto de casi todos los arreglos que había que acometer en el puente y que, con la muerte del trol, ya no voy a poder cobrar, evidentemente.

- ¿Qué tiene que ver eso conmigo? – pregunto sorprendido Sir Arthur.

- Ya que habéis sido vos quien ha acabado con la vida de la persona que me encargó el estudio, es justo que asuma la deuda que tenía contraída conmigo – respondió el enano mientras señalaba con un áspero y rechoncho dedo el pergamino.

- ¡Esto ya es lo último! – gritó el caballo mientras giraba el cuello para dirigir su mirada al jinete -. ¿No estarás pensando pagar también las deudas del trol, no?

- ¡Cierra la boca de una vez! – recriminó a su montura.

- Tenga en cuenta que al poner fin a la vida del trol, he dejado de ingresar el dinero que me pagaría por el arreglo del puente. Es justo que, al menos, cobre el presupuesto que le he realizado – argumentó el enano mientras volvía a enrollar el pergamino.

- ¿Cuánto tenía que pagarte Gortras por el proyecto de reforma? – preguntó Sir Arthur con tono cansino.

- ¡Esto es el colmo! – farfulló el caballo para sí mismo.

- Sólo cuatro monedas de plata – respondió el enano.

- Te daré una.

- ¿Una? ¿Se burla de mí? – exclamó ofendido Thorglin -. ¿Acaso sabéis el trabajo que tiene elaborar un informe de desperfectos de un puente para poder ofrecer un proyecto decente?

- Una moneda. No os daré nada más.

- Tres y ni una menos.

- ¡Dos! Es mi última oferta, maestro Thorglin.

- Acepto las dos monedas de plata, pero sabéis perfectamente que me estáis pagando un precio infinitamente inferior a lo que mi trabajo vale – dijo el enano mientras estiraba su mano para coger, de mala gana, las dos monedas que se le ofrecían.

Después de despedirse de Thorglin, los dos viajeros pudieron reemprender, finalmente, su camino.

- No puedo creer que le hayas pagado dos monedas de plata a ese enano, simplemente por haber tomado unas medidas – dijo el caballo cuando se habían alejado un poco del puente –. Aunque me intriga más aún saber cómo te has librado del trol, porque estoy seguro que no ha sido luchando.

- No empecemos otra vez, ¿quieres? No ha sido nada fácil salir de ésta de una pieza.

- Resumiendo… ¿Cuánto? – preguntó el caballo.

- ¿Cuánto?

- Exacto. ¿Cuánto le has pagado al trol?

- Por qué dices que cuánto le he pagado al trol.

- Cuando pones ese tono al hablar, quiere decir que ha costado dinero salir de ésta. ¡Como siempre! – sentenció la montura con resignación.

- Doce – dijo casi susurrando un momento después.

- ¿Cómo?

- ¡Doce! Maldita sea. ¡Doce monedas de oro!

- ¿Estás loco? Tú te crees que somos ricos o algo por el estilo – le reprendió mientras frenaba su avance en seco.

- Y qué querías que hiciera. Pelear con el trol, acaso.

- ¡Sería preferible! Mejor que nos maten de una vez a acabar muriendo de hambre, porque te dedicas a ir dándole monedas a todo el que se te cruza en el camino. ¿Acaso piensas que vamos a comer del aire?

- ¡Maldito jamelgo! ¡Sólo piensas en comer!

- Será porque aquí eres tú el único que comes, viejo gordo.

Caballo y jinete se alejaban del puente de manera pesada, casi imperceptible, por el helado y frío páramo. El jinete lucía una armadura que debió ser bella y reluciente en otros tiempos mejores pero que ahora apenas alcanzaba a ser la sombra de lo que antaño fue. Le cubría desde los pies hasta el cuello y presentaba más de una abolladura y alguna que otra parte bastante oxidada y manchada de putrefacta sangre de trol. El gélido viento recorría el páramo con furia y los golpeaba sin ninguna contemplación helándolos hasta lo más profundo de sus cuerpos.


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La pesada puerta de madera se abrió con un prolongado chirrido entrando, junto con la enorme figura, una ráfaga de aire helado que hizo bailar y crepitar las llamas de la chimenea que calentaba la lúgubre y abovedada estancia de piedra. Sobre las llamas había un pequeño caldero de bronce con algo más parecido a agua sucia humeando que a un caldo decente. Una mesa rectangular de roble, un sucio asiento y un banco astillado constituían el principal mobiliario de la sala. En el lado opuesto a la entrada, una cortina de tela, vieja como todo lo que había a su alrededor, medio ocultaba una oquedad que debía dar paso a otras dependencias del lugar. El trol cerró con premura para impedir la entrada del invierno, haciendo que la puerta volviera a chirriar. Apoyó su garrote junto a la misma, cogió el cucharón que estaba dentro del caldero y llenó una jarra que bebió de inmediato.

- ¡Al fin llegas! Ya estaba empezando a creer que realmente habías combatido contra ese mequetrefe y te había derrotado, amigo.

- Ya veo cómo has venido corriendo a buscarme, Thorglin – respondió de manera irónica, y un tanto enfadado, mientras dejaba la jarra vacía sobre la repisa que había cerca de la chimenea.

- ¿Cuánto le has sacado a ese palurdo?

- Solamente he conseguido diez monedas de oro – mintió el trol mientras sacaba las monedas y las ponía sobre la mesa, justo en el centro de la misma, dejando las dos restantes a buen recaudo en su bolsillo.

El enano se levantó de su asiento y se puso de puntillas junto a la mesa, estirando el brazo todo cuanto pudo, para coger sus cinco monedas con rapidez pero el trol lo detuvo agarrándole la mano con firmeza contra la mesa.

- ¿Y tú, amigo Thorglin? – preguntó el trol con cierta desconfianza acercando su cara hasta casi pegarla con la de su compinche -. ¿No has conseguido nada hoy?

- ¡Oh! ¡Sí! Lo olvidaba – respondió el enano con una risilla nerviosa -. He conseguido un escudo de plata – mintió también éste.

- No es mucho – le dijo Gortras -. Al menos nos alcanzará para comprar vino, unas buenas hogazas de pan y algo de comida decente con esa miseria que le has sacado al caballero.

- Sí. Mañana temprano bajaré al pueblo a hacer algunas compras.

- No olvides comprar también un poco de grasa para la puerta. Hace un ruido insoportable y se atranca cada vez que se abre – dijo mientras se dejaba caer pesadamente sobre el enorme banco de madera junto a la chimenea y acercaba los pies al fuego.

- Muy bien amigo trol. Traeré un bote de grasa también.

Thorglin guardó sus cinco monedas de oro en la pequeña bolsa de cuero que colgaba de su cinturón y volvió a sentarse en el asiento junto al fuego.

Al poco tiempo ambos dormían apaciblemente al calor de la lumbre.