martes, 15 de septiembre de 2015

DEL AMOR Y LA MUERTE

El día había sido extremadamente duro para ella. La luna observaba la ciudad desde hacía largo rato desde el cielo cuando Ana llegó a casa, al fin, con la pequeña urna que contenían las cenizas de su abuelo. Siempre había estado muy unida a él. En la puerta de su casa estaba Luis, un compañero de trabajo por el que sentía una gran atracción, tal vez amor, que no era correspondido. Es más, independientemente de los típicos saludos de cortesía, al llegar al trabajo, apenas si cruzaba palabras con ella. Él se acercó despacio a ella le dio un cálido abrazo, dos besos y le dijo con esa voz clara que tanto le gustaba: “Lo lamento mucho Ana. Mi más sincero pésame”. 

Esa noche no pudo pegar ojo, dándole vueltas en su cabeza al momento que acababa de vivir y a las sensaciones tan maravillosas que había experimentado. 

A la mañana siguiente, cuando llegó a su puesto de trabajo todo volvió a la normalidad. Para Luis ella era una compañera de trabajo más. 

Ana no sabía qué hacer para volver a sentir el abrazo de Luis. Así, una noche, entre el delirio y la locura, encontró la solución. 

A los pocos días, comenzó a asesinar a los miembros de su propia familia. Sólo para sentir el abrazo de Luis y su voz cerca de su oído. Para ella ese breve momento valía más que la vida de cualquier persona, incluidos sus seres más allegados.

lunes, 14 de septiembre de 2015

SENSACIONES

Desde hace unas tres semanas no me siento del todo bien. Podría decirse que me encuentro fatal para ser más exactos. Tengo una sensación muy extraña en mi cuerpo. Todo empezó cuando regresé del hospital, donde he estado cerca de dos semanas ingresado a raíz de una neumonía mal curada de la que sufrí una grave recaída. Desde entonces deambulo por mi apartamento como un sonámbulo porque no me atrevo a salir a la calle. Paso la mayor parte de mi tiempo dormitando y cuando me despierto, de repente, en algún otro lugar de la casa, desconozco cómo he llegado hasta allí. Pero lo más extraño de todo son los ruidos que escucho. Al principio no les presté la mayor importancia, pero con el transcurrir de los días se han vuelto cada vez más frecuentes. Los objetos desaparecen de los sitios donde los coloco y los encuentro en cualquier otro lugar, eso en caso de encontrarlos. Y siento presencias. Sin ir más lejos hace unos días estaba acostado en mi cama durmiendo y al girarme, para cambiar de postura, vi con total claridad el rostro de una mujer dormida. Pude notar como su respiración chocaba contra mi cara. Me levanté de un salto, salí corriendo de la habitación y me encontré de repente en medio del pasillo. Lo más extraño de todo fue el hecho de atravesar la pared. En ese instante me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Me detuve frente al espejo y no pude ver nada. Sencillamente, mi cuerpo ya no estaba allí. Sólo en ese instante fui consciente de que nunca salí con vida de aquel hospital donde estuve ingresado cerca de dos semanas.

domingo, 13 de septiembre de 2015

INSOMNIO

Era una de esas madrugadas en vela como tantas otras de insomnio. Sentado en la silla de la cocina removía, una y otra vez, una taza de leche caliente que me acababa de preparar con la esperanza de atraer de nuevo al sueño. Fuera, la calle aparecía completamente desierta a lo que contribuía por igual la lloviznaba que caía débilmente sobre el asfalto y que vivía en un edificio de la periferia de la ciudad.

Desconozco el tiempo que llevaba mirando por la ventana la desolada calle cuando de pronto algo llamó mi atención. Por la acera de enfrente, ajena a la llovizna que seguía cayendo, caminaba despacio una mujer. En un momento determinado giró y atravesó el muro que rodeaba el parque que había delante de mi vivienda. No había entrado por un hueco, ni lo había saltado. Simplemente lo atravesó como si el muro no estuviera allí.

El poco sueño que pudiese tener en ese momento se esfumó de inmediato. Si se trataba de un fantasma o si había sido producto de las horas en vela era algo que debía esclarecer, por lo que a la noche siguiente allí me encontraba. Sentado frente a la ventana de la cocina con la cámara de fotos en la mano expectante a que algo ocurriera. 

Cuando avanzada la madrugada volvió a aparecer la figura mi cuerpo se puso completamente en tensión. Empecé a disparar mi cámara una y otra vez hasta que la figura de la mujer llegó al mismo punto del muro y volvió a atravesarlo. Durante un buen rato me quedé mirando por la ventana la solitaria calle.

Las fotos las tomé sin flash, para no llamar la atención de la mujer, lo que unido a la mortecina luz de las farolas hizo que las fotos aparecieran borrosas y no se distinguiera la cara de la mujer.

A la mañana siguiente decidí hacerme con una cámara más potente. Así que, cuando salí del trabajo me dirigí a un centro comercial y adquirí un modelo de cámara con zoom y opción de fotografía nocturna. Estaba decidido a saber quién era esa misteriosa mujer.

Esa noche volví a mi puesto de vigilancia, subí la persiana y, cuál fue mi sorpresa cuando observé la cara de la mujer casi pegada al cristal de mi ventana con las palmas de las manos apoyadas en el mismo. Sus ojos negros, sin un ápice de vida se clavaron en los míos y, ya no recuerdo nada más. Me desperté tirado en el suelo de la cocina bien entrada la mañana con la cámara destrozada en el suelo y un buen chichón en la parte posterior de la cabeza. Debí de desmayarme a causa de la impresión.

Desde esa noche no he conseguido quitarme de la cabeza esos dos ojos redondos, negros y carentes de cualquier expresión de la cabeza, ni he conseguido reunir el valor suficiente para subir la persiana de la cocina por las noches, porque siento que está ahí detrás, golpeándola y arañándola con las largas uñas de sus manos, esperando una invitación para entrar en mi casa.


sábado, 12 de septiembre de 2015

LA CRIATURA


La noche era bastante fría y estaba cayendo una niebla lo suficientemente espesa como para empezar a difuminar los edificios colindantes. La mujer arrulló al bebé entre sus brazos protectores y lo cubrió con la manta. Miró, desde la puerta del hospital del que acababa de salir, a ambos lados de la calle pero no consiguió ver ningún taxi. Impaciente por la espera y el pasar de los minutos decidió marcharse a pie antes de que la noche avanzará aún más. Su casa no estaba muy lejos, atravesaría por el parque para evitar rodearlo y ganar así algo de tiempo.

Caminaba lo más rápido que le permitían sus piernas sexagenarias. Se había visto obligada a llevar al bebé por la tarde a un control rutinario, de los muchos que se les realizan en los primeros meses de vida, y no había podido aplazarlo por más tiempo. Debido a la falta acuciante de personal en el hospital se había retrasado bastante, por lo que la noche se le había echado encima. Sus temores de que descubrieran alguna anomalía en el crio la aterraba pero los exámenes que le realizaron no dieron signo de que hubiese nada fuera de lo normal.

Las luces de las farolas quedaban rodeadas por la niebla, que comenzaba a ser bastante espesa, lo que le confería al lugar un aspecto realmente fantasmagórico. Había llegado casi al final de los jardines y ya podía medio adivinar las rejas del otro extremo cuando, de una zona oculta por las sombras de los árboles, se deslizó de manera silenciosa una silueta humanoide con una gran joroba en el lado izquierdo de su espalda cortándole el paso.

- ¡Entrégame al bebé! ¡Ahora! -dijo con una voz ronca y desgastada por la edad mientras extendía su brazo derecho. -¡Dámelo!

- ¡No te lo daré! ¡Jamás! -respondió la mujer enérgicamente. -Dile a tu señor que el bebé nunca caerá en sus manos.

El deforme ser se abalanzó hacia la mujer con una rapidez fuera de lo común pero ésta sacó del bolsillo de su abrigo un extraño amuleto que refulgió tiñendo el lugar con una extraña luz azul. El ser se encogió sobre sí mismo lanzando mil maldiciones.

- ¡Dame al bebé! -exigió la criatura mientras se intentaba esconder de la luz entre las sombras de las que había salido momentos antes.

Al mismo tiempo el bebé extendió sus brazos intentando arrebatar el amuleto de manos de la mujer pero esta apartó la mano justo a tiempo y se lo puso sobre la frente.

- ¡Suéltame! ¡Suéltame, bruja! -dijo el bebé con una voz aguda mientras se retorcía a causa del intenso dolor que le producía el contacto con el amuleto.

- ¡Cállate! Pronto aprenderás a obedecer mis ordenes. No eres el primero de tu especie al que he domesticado - Le advirtió la bruja.