domingo, 13 de septiembre de 2015

INSOMNIO

Era una de esas madrugadas en vela como tantas otras de insomnio. Sentado en la silla de la cocina removía, una y otra vez, una taza de leche caliente que me acababa de preparar con la esperanza de atraer de nuevo al sueño. Fuera, la calle aparecía completamente desierta a lo que contribuía por igual la lloviznaba que caía débilmente sobre el asfalto y que vivía en un edificio de la periferia de la ciudad.

Desconozco el tiempo que llevaba mirando por la ventana la desolada calle cuando de pronto algo llamó mi atención. Por la acera de enfrente, ajena a la llovizna que seguía cayendo, caminaba despacio una mujer. En un momento determinado giró y atravesó el muro que rodeaba el parque que había delante de mi vivienda. No había entrado por un hueco, ni lo había saltado. Simplemente lo atravesó como si el muro no estuviera allí.

El poco sueño que pudiese tener en ese momento se esfumó de inmediato. Si se trataba de un fantasma o si había sido producto de las horas en vela era algo que debía esclarecer, por lo que a la noche siguiente allí me encontraba. Sentado frente a la ventana de la cocina con la cámara de fotos en la mano expectante a que algo ocurriera. 



Cuando avanzada la madrugada volvió a aparecer la figura mi cuerpo se puso completamente en tensión. Empecé a disparar mi cámara una y otra vez hasta que la figura de la mujer llegó al mismo punto del muro y volvió a atravesarlo. Durante un buen rato me quedé mirando por la ventana la solitaria calle.

Las fotos las tomé sin flash, para no llamar la atención de la mujer, lo que unido a la mortecina luz de las farolas hizo que las fotos aparecieran borrosas y no se distinguiera la cara de la mujer.

A la mañana siguiente decidí hacerme con una cámara más potente. Así que, cuando salí del trabajo me dirigí a un centro comercial y adquirí un modelo de cámara con zoom y opción de fotografía nocturna. Estaba decidido a saber quién era esa misteriosa mujer.

Esa noche volví a mi puesto de vigilancia, subí la persiana y, cuál fue mi sorpresa cuando observé la cara de la mujer casi pegada al cristal de mi ventana con las palmas de las manos apoyadas en el mismo. Sus ojos negros, sin un ápice de vida se clavaron en los míos y, ya no recuerdo nada más. Me desperté tirado en el suelo de la cocina bien entrada la mañana con la cámara destrozada en el suelo y un buen chichón en la parte posterior de la cabeza. Debí de desmayarme a causa de la impresión.

Desde esa noche no he conseguido quitarme de la cabeza esos dos ojos redondos, negros y carentes de cualquier expresión de la cabeza, ni he conseguido reunir el valor suficiente para subir la persiana de la cocina por las noches, porque siento que está ahí detrás, golpeándola y arañándola con las largas uñas de sus manos, esperando una invitación para entrar en mi casa.


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