viernes, 11 de septiembre de 2015

EL JARDINERO

Cuando, después de casi tres años en paro, Fermín encontró un empleo estaba completamente entusiasmado a pesar de rozar ya los cuarenta años de edad. Ser jardinero del cementerio de la localidad vecina, no era el trabajo de su vida, pero le permitiría pagar las deudas acumuladas durante esos años de desempleo y poder permitirse algún capricho muy de vez en cuando.

En los días posteriores,  pudo observar como a media tarde acudía siempre al cementerio una señora bastante mayor que depositaba un ramo de flores en una tumba diferente cada día y se quedaba sentada junto a ella hasta que el cementerio cerraba. Esto alimentó su curiosidad.

Una de esas tardes en las que se afanaba en  recortar el seto de uno de los panteones del cementerio la anciana se paró en una de las tumbas cercanas a donde él se encontraba y se sentó a la sombra de los cipreses.

-“Buenos tardes, señora” - saludó cortésmente Fermín mientras se aproximaba a ella secándose el sudor con el dorso de la mano.

-“Buenas tardes, joven” - respondió la anciana de manera educada.

-Viene usted mucho al cementerio. Debe tener muchos familiares enterrados aquí.

-La verdad es que no. No tengo ninguno.

-¿Entonces? – Preguntó más intrigado aún.

-Me gusta venir y escuchar sus historias. Cómo vivieron y cómo murieron. Ellos me hablan desde la soledad de sus tumbas y yo… Bueno yo, simplemente, les escucho.

Fermín se quedó completamente estupefacto. Se levantó una pequeña brisa que meció los cipreses cercanos y el sol le deslumbró. Parpadeó varias veces y cuando abrió los ojos sólo quedaba el pequeño ramo de flores sobre la tumba.

LA ESPERANZA

Se dice que la esperanza es lo último que se pierde. Pero Paul nunca estuvo completamente de acuerdo con ese refrán. Porque, al final, en este mundo que le tocó vivir, una vez perdida la esperanza, sigue quedando la vida. Una vida insulsa, sí, pero una vida. Entonces... la esperanza no es lo último que puede perderse.

Debió ser producto de la confusión del momento o tal vez de la semana huyendo sin casi ingerir alimento o descansar apenas unas horas... Ahora que la había encontrado no la volvería a perder otra vez. Esta vez no. Juntos para la eternidad en una vida sin vida. Ahí fue cuando perdió toda esperanza. Ya nunca podrá averiguar cuál fue el motivo que lo llevó a arrojar su arma al suelo y lanzarse a los brazos de su esposa que había sido transformada en zombie apenas unos días atrás.

EL CASERÓN DE LA CALLE NUEVE


Aquella lejana noche de Halloween siempre sería diferente. Siempre quedaría grabada en lo más profundo de nuestras almas. Nano fue el único que reunió el valor suficiente para atravesar el descuidado jardín y llamar al timbre del viejo caserón abandonado de la Calle Nueve. Ninguno de nosotros podrá olvidar nunca la cara pálida de Nano, casi desencajada, ni sus ojos abiertos de par en par reflejando el terror más absoluto que nunca habíamos contemplado, ni su grito de pánico ahogado por aquellas dos manos huesudas y retorcidas, casi inhumanas, que lo arrastraron al interior para siempre, mientras permanecíamos petrificados detrás de la herrumbrosa y oxidada verja del jardín.

Casi diez años después, aún no se ha encontrado rastro alguno de Nano en aquella casa. Ni tan siquiera en los alrededores, a pesar de los minuciosos registros llevados a cabo por la policía. Casi diez años después, aún seguimos evitando pasar por delante del viejo caserón de la Calle Nueve. Y, casi diez años después, aún nos recorre un escalofrío por todo el cuerpo cuando recordamos los gritos de pavor provenientes de aquel caserón de la Calle Nueve todas las noches de Halloween.