La luna llena había alcanzado su punto
más alto cuando Jacob divisó a su mentor, parcialmente oculto entre las sobras,
junto al viejo muro de piedra del
camposanto. Preocupado corrió hacia él, atravesando la solitaria calle
adoquinada, lo más rápido que le permitieron sus piernas e intentando hacer el
menor ruido posible. No había tenido noticia alguna de su paradero desde hacía
casi una semana y la nota que recibió en la recepción del hostal en el que se encontraban
alojados desde que llegaron a la ciudad, citándolo urgentemente allí, lo
intranquilizó más aún. Si le había dejado una nota en lugar de personarse el
mismo debía estar ocurriendo algo importante y grave también.
El profesor no tenía buen
aspecto. A pesar de lucir su característico sombrero de copa negro, no podía
ocultar la palidez de su rostro ni las ojeras que casi escondían, por completo,
unos ojos rojizos y visiblemente cansados. Además, a pesar de tener puesto su largo
abrigo negro no podía disimular una leve cojera de su pierna derecha y la
mancha de sangre seca que había recorrido la misma hasta la pantorrilla.
- “Maestro. ¿Dónde habéis estado?
¿Os encontráis bien? No tenéis buen aspecto. Estaba preocupado por vuestro
paradero” -. Dijo mientras dejaba en el suelo una bolsa de mano de cuero negro.
- “Responderé a tus preguntas en
otro momento“-. Le interrumpió el profesor Schwank, afamado estudioso del mundo
paranormal e incansable cazador de vampiros-. “No tenemos tiempo que perder o
volverá a escaparse de nuevo. Entremos sin mayor demora”
- “¿Vamos a
entrar ahora al camposanto? ¿En mitad de la noche? “
- “Mañana puede que ya no se
encuentre aquí”
- “Pero… es una temeridad
maestro. Siempre les hemos dado caza con la luz del día. Cuando son más vulnerables.
En plena noche…”
- “No tenemos nada más que
discutir, Jacob”-. Concluyó la discusión el profesor de manera brusca-. “La
llegada del amanecer avanza y debemos actuar con diligencia” -. Apremió el
profesor a su discípulo.
Jacob se apoyó contra el muro y
entrelazó sus dos manos para auparle a lo alto. Sentado a horcajadas en la
parte superior del mismo, el profesor agarró la bolsa de cuero que su aprendiz le
había acercado y la dejó caer dentro del camposanto. Después le tendió la mano
para que subiera él también. Desde lo alto del muro el joven lanzó una furtiva
mirada hacia atrás y observó unas figuras que se movían silenciosas en la
esquina más alejada de la calle. Dos, tres tal vez. Cuando volvió la vista ya
el profesor había bajado el muro y se encaminaba cojeando hacia el interior del
recinto.
El camposanto se encontraba envuelto
en el más absoluto e inquietante de los silencios, lo que no tranquilizaba lo
más mínimo al joven Jacob. De manera casi inconsciente llevó su mano izquierda
hasta el crucifijo de plata que llevaba colgado al cuello como si el notar su simple
presencia le transmitiera una tranquilidad y seguridad que en ese momento
preciso no tenía. Iluminados por la luz de la luna llena, avanzaron con paso
vivo entre blanquecinas lápidas y tristes cipreses adentrándose cada vez más en
el fantasmagórico lugar hasta alcanzar un panteón grande, viejo y de mármol negro
que se encontraba flanqueado por dos cipreses altos y secos. Por su aspecto debió
haber sido edificado hace mucho tiempo. Más tiempo que las lápidas que lo
rodeaban.
- “Este es el lugar, Jacob” -.
Dijo mientras señalaba la puerta de madera de roble que tenían justo enfrente.
Jacob dejó la bolsa en el suelo,
la abrió y sacó de la misma una pequeña palanca de hierro y se acercó hasta la
puerta de manera titubeante.
- “¿Está seguro de querer entrar
en plena noche, maestro?” -. Dijo mientras introducía la palanca junto a la
cerradura. – “Con total seguridad no se encuentre dentro. Tal vez sería mejor
que lo esperemos aquí fuera a que vuelva y lo sorprendamos.”
- “Ya lo hemos discutido hace
unos momentos. ¡Ábrela ahora mismo!”
Jacob hizo presión apoyando todo el
peso de su cuerpo sobre la palanca y con un chasquido seco la cerradura cedió y
cayó al suelo de tierra. La puerta se abrió con suavidad a pesar de ser
bastante robusta, dejando a la vista los primeros escalones de una desgastada
escalera de pierda que se adentraba en la tierra y que daban la sensación de
ser muchísimo más antiguas que el propio panteón bajo las que se encontraban.
- “¡Bajemos!” -. Ordenó el
profesor Schwank mientras ponía el pie en el primer escalón de la escalera para
comenzar el descenso.
- “Aguarde un instante profesor”
-. Le detuvo mientras rebuscaba en la bolsa una estaca de madera y un tarro de
agua bendita que vació sobre la punta de la misma.
Jacob miró de soslayo hacia atrás
y observó algunas siluetas negras que se
ocultaban entre las lápidas sin hacer el más mínimo ruido. Cogió una lámpara de
aceite que llevaba dentro de la bolsa y la encendió. Se la colgó del hombro y,
con la estaca en una mano y la lámpara en la otra, comenzó a descender con
cuidado por la escalera de piedra gris en pos de su maestro.
La escalera descendía en línea
recta pero dentro del túnel estaba tan oscuro que la lámpara no iluminaba más
allá de unos cuantos metros. El aire en el interior era denso y olía a rancio.
A cada paso que bajaban se hacía más difícil respirar. Después de un descenso
que a Jacob se le antojó eterno alcanzaron el corazón de la cripta. El suelo de
la sala era de tierra prensada. Jacob levantó el brazo para aumentar el radio
de iluminación de su lámpara y giró sobre sí mismo. Las paredes estaban
cubiertas de nichos, pero el que atrajo la atención del joven fue el que descansaba
en el centro: un ataúd de piedra majestuosamente tallado.
- “¡Vamos! Suelta las cosas que
llevas y ayúdame a levantar la tapa” -. Dijo el profesor mientras se encaminaba
hacia el ataúd.
- “Lo siento mucho profesor pero
no pienso soltar mi arma.”
- “Cómo te atreves a llevarme la
contraria maldito seas.”
- “Lo siento mucho… de verás. He
aprendido mucho de usted, pero creo que nuestros caminos se separan aquí para
siempre -. Dijo Jacob mirando a su maestro con todo el dolor de su corazón. –
“Es mi obligación enviarte al mundo de los muertos para que encuentres la paz.”
- “¿Cómo los has sabido mi
querido pupilo?” -. Preguntó el profesor Schwank mientras dejaba al descubierto
dos largos y afilados colmillos que se relamía pausadamente.
- “Son muchas las señales
maestro. Y muchas las aprendí junto a usted.”
- “Veo que te he enseñado bien.
Juntos haremos grandes cosas.”
De los nichos cercanos empezaron
a llegar ruidos y gritos espeluznantes. Pronto emergieron tres jóvenes vampiros
ansiosos de sangre, que enseñaban sus dientes con furia.
-“Te presento a mis tres nuevos
aprendices, Jacob. ¡Tus próximos compañeros!” -. Le dijo mientras los señalaba
con la mano derecha y rompía a reír con una carcajada gélida -. “Pero antes de
convertirte tengo una pregunta que hacerte querido. Si sabías que era un
vampiro cómo fuiste tan osado de venir aquí conmigo. ¿Realmente pensaste que
eras tan poderoso como para acabar conmigo tú solo?”
- “Vos mismo os habéis respondido
maestro. No he venido solo.”
En ese mismo instante irrumpieron
en la cripta cuatro hombres vestidos de negro y con sus rostros cubiertos.
Portaban antorchas y armas en las manos. Se lanzaron con furia contra los tres vampiros que se vieron sorprendidos por
la rapidez de la acometida. El profesor llevado por la ira mostró nuevamente
sus colmillos y, con un aullido agudo, se abalanzó sobre Jacob con todas sus
fuerzas. A pesar de ser más ágil y rápido ahora, aún llevaba poco tiempo en su
nuevo estado de vampiro y el joven pudo esquivar la embestida de su antiguo
maestro mientras le clavaba sin vacilar la estaca en pleno corazón. Sus miradas
se cruzaron por última vez y con un agónico y largo grito se convirtió en
polvo.
Después de unos momentos
frenéticos y de desconcierto, la calma llegó otra vez a la cripta. Cuatro
vampiros habían sido exterminados y cuatro hombres destruían, con el mismo
número de mazas, el ataúd de piedra que se erigía en el centro de la misma. En
una zona apartada de la sala, hincándose de rodillas, Jacob alzaba una plegaria
por el alma del que fuera su maestro, mientras dejaba escapar unas lágrimas.
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